martes, febrero 13, 2007

Socialismo y Taylorismo

Aunque la teoría económica de la burocracia se remonta al paper de 1937 de Ronald Coase sobre la estructura de la empresa, y al paper de 1920 de L.von Mises sobre la imposibilidad del cálculo económico socialista, los economistas ortodoxos nunca han llegado a interiorizarla.

No obstante, es esencial. Y lo es mucho más en una época de enorme cambio en las teconologías de la información y del control. Por eso, cuando encontré esta referencia (vía MR) a un libro de Barry Eichengreen, no pude menos que felicitarme. Eichengreen analiza el bajo crecimiento de Europa en los últimos treinta años (la llamada euro-esclerosis) desde una perspectiva socialdemócrata, y sin embargo crítica con el modelo europeo. Su tesis es esta: el modelo europeo de post-guerra, basado en grandes bancos (en lugar de mercados de capital), fuerte sindicación de la mano de obra, y un amplio sector público, que fue un éxito a la hora de reconstruir el continente y continuó siéndolo hasta la década de los setenta, se ha vuelto obsoleto en un mundo donde el crecimiento económico se produce en sectores de alta tecnología, en los cuales la inversión no se dirige a la mera replicación del capital con tecnologías conocidas, sino a la innovación tecnológica. La explicación de Eichengreen apunta a las causas reales de la euroesclerosis, pero en mi opinión se queda corto, al centrarse en algunos sectores de alto valor añadido y en el caso europeo: sus argumentos explican mucho de lo ocurrido en todos los sectores y en todos los lugares del mundo desde 1970.

Hacia mediados de la década de los 60 Jhon Galbraith y (parcialmente) Paul Samuelson crearon una teoría de la convergencia de los sistemas económicos: la sensación general era que conforme el tamaño de las actividades industriales se ampliaba y las técnicas de gestión racional se extendían, el comunismo y el capitalismo acabarían siendo equivalentes. Dado que las economías de escala industriales parecían siempre crecientes, la idea era que los países capitalistas irían desarrollando estructuras económicas cada vez mas centralizadas, que suavemente se parecerían a las del socialismo. La relajación de la represión y el avance industrial soviético, a su vez generarían a su vez presiones políticas que conducirían a la economía comunista hacia un régimen de consumo. La Guerra Fría, por tanto no era más que un malentendido entre dos sociedades cuya adicción a la gestión racional no podía menos que conducir el gran conflicto ideológico del s.XX a una solución dialéctica [1].

Sin embargo a partir de 1980, el ascenso de Ronald Reagan y la reactivación de la Guerra Fría acabo con estas fantasías. El estancamiento político y económico de la Era Breznev parecía indicar que de repente había un ganador en la carrera ideológica.

Los parecidos entre la economía americana y soviética a mediados de los 60 eran algo más que cosméticos: con un régimen Taylorista de producción y unas economías de escala siempre crecientes, el tamaño medio de la firma no paró de crecer hasta los años mediados de los 70, pero luego en Estados Unidos empezó a decrecer.

El tamaño de la firma en una economía capitalista es el resultado de dos fuerzas contrapuestas: por un lado las economías de escala hacen que operaciones industriales cada vez más extensas e integradas sean más rentables. Pero a su vez, dentro de la firma las relaciones son verticales y burocráticas, y por tanto los problemas de la burocracia en forma de falta de incentivos e información imperfecta hacen que las grandes compañías suelan replicar a escala los defectos que la más grande de todas las firmas (el Estado) tiene hasta niveles grotescos.

Bajo un régimen Taylorista de producción la ineficiencia del socialismo es mucho menor. De todas formas la estructura de producción es burocrática, y jerárquica en razón a la tecnología, con lo cual el socialismo solo añadía una capa más a la ineficacia burocrática que sufrían las propias empresas, y especialmente las más punteras, que eran las más grandes y las más verticales . Además, mientras que con objetos complejos o en el sector servicios la medida de la calidad de los productos y de la productividad de los trabajadores es esencialmente imposible fuera del mercado, en una economía industrial Taylorista, la calidad y la productividad se pueden aproximar más fácilmente por métodos estadísticos.

La epidemia de OPAs de los años 80 implicó un claro aumento de la disciplina de mercado, y a continuación la plena introducción del ordenador en la estructura productiva empezó a cambiar el modelo Taylorista. La economía era cada vez más intensiva en servicios, y el abaratamiento de los costes de transporte internacional (resultado de la introducción del contenedor multiusos y de nuevas técnicas de inventario) empezó a hacer cada vez más rentable la des-localización de muchas actividades. Las empresas dejaron de intentar crecer a toda costa, y cada vez buscaban y siguen buscando centrarse en nichos de mercado de alto valor añadido, comprando sus inputs en los mercados. Las firmas textiles, por ejemplo, subcontratan su producción en talleres de terceros países, encargándose solo del diseño, la distribución y el control de calidad. Las industrias automovilísticas se juegan su competitividad en una localización inteligente de sus plantas industriales y en una elección cuidadosa de proveedores externos. Los mercados regulan cada vez más el tamaño de las empresas y sus políticas de dividendos.

Las empresas no tienen margen de maniobra para aventuras poco rentables o para juegos ególatras. Retener beneficios sin ofrecer rentabilidad es exponerse a una OPA o a una suave, pero letal descapitalización.

Los consumidores por su parte están cada vez más segmentados y conforme las nuevas tecnologías entran en acción, el efecto de las "colas largas" hace cada vez más difícil a las empresas disfrutar de la uniformidad de las preferencias.

En conjunto el régimen productivo y las preferencias de una sociedad informatizada y post-industrial son cada vez más incompatibles con el intervencionismo y con el socialismo. Quienes desean intervenir la economía y redistribuir la renta pueden hacerlo mediante transferencias redistributivas o seguros obligatorios. Pero hagan lo que hagan con la distribución secundaria de la renta, bajo este régimen post-taylorista una recomendación es segura para todos los políticos: que mantengan sus manazas lejos de la producción (y regulen lo menos posible). La economía siempre ha sido demasiado complicada, y ahora lo es más que nunca.

[1] Esta idea anima el maravilloso relato de Isaac Asimov, "El conflicto evitable", en el cual los gobiernos del mundo han sido sustituidos por cuatro grandes super-ordenadores. Una fantasía Walrasiana, de dudosa viabilidad.

9 Comments:

At 6:26 p. m., Anonymous Anónimo said...

Bravo, Kantor. Tu post me ha recordado uno de los últimos libros que he leído, "La cultura del nuevo capitalismo", de Sennett. No sé si lo has leído, pero si no es así te sorprenderá.

Una cosa... ¿te has dejado el análisis que hace Weber de la burocracia?

 
At 11:42 p. m., Anonymous Anónimo said...

Pues no lo se, ¿deberia leer a Weber? ¿Cual de sus libros?

Kantor

 
At 2:11 p. m., Anonymous Anónimo said...

Ya se sabe que la empresa ha demostrado ser la institución mejor adaptada a la gestión de un complejidad creciente; pero también es preciso advertir que la realidad corporativa no se rige exclusivamente por la mecánica del mercado... en fin.

 
At 6:31 p. m., Blogger René Guerra said...

Es un post genial. Si acaso cambiaría esta frase: «Quienes desean intervenir la economía y redistribuir la renta pueden hacerlo mediante transferencias redistributivas o seguros obligatorios.»

El «pueden» en este contexto, es una puerta demasiado grande.

 
At 11:30 p. m., Anonymous Anónimo said...

Hola K Budai,

El post no trata sobre lo que pueden hacer, sino sobre todo sobre lo que no deben. La cuestión del tamaño de la redistribución es otra, pero la desestatalización de la producción es lo primero.

Kantor

 
At 12:03 p. m., Blogger René Guerra said...

Hola Kantor
Mi acotación es por exceso de celo.[¿envidia tal vez?] Lo que sea. Yo preferiría una forma más suave que el «pueden», digamos, algo como «debieran limitarse» (y así lo leo).

PD. Veo que me anuncias en el siguiente post. Gracias por el elogio.

 
At 8:57 p. m., Blogger Econoclasta ecuatoriano said...

Kantor:

Cuando dices "Pero a su vez, dentro de la firma las relaciones son verticales y burocráticas, y por tanto los problemas de la burocracia en forma de falta de incentivos e información imperfecta" a menos que confundas información con precios (error que comete Hayek con respecto al tema Miseano) el problema no son incentivos ni información primariamente, si no precios. Por eso tercerizas. La deformación burocrática y otros problemas de la verticalidad (que vienen sí junto al tema de Polanyi de envergadura de control, pero no tanto por información e incentivos pues pueden colocarse bien o mal) por via de los precios. Si quieres llamarle incentivos e información a eso, pues ni modo.

 
At 10:21 p. m., Blogger Econoclasta ecuatoriano said...

Por cierto, no quiero que parezca por una crítica puntual que tu blog no me sigue pareciendo estupendo ni que desestimo la inteligencia descatadísima de su autor.

 
At 12:03 a. m., Anonymous Anónimo said...

Gracias, Juan Fernando; creo que la cuestión es que los precios son el mecanismo que coloca la información y alinea los incentivos de la forma mas conveniente para los individuos y para el conjunto de la sociedad.

Y Gracias por tu amable comentario. Se echan de menos mas posts en "Orden Natural" :-)

Un saludo,
Kantor

 

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