sábado, diciembre 31, 2005

La II Guerra Fría: La Religión Islámica

Es difícil encontrar precedentes históricos de una batalla ideológica tan radical como la que enfrenta al Islam salafista (hoy abrumadoramente mayoritario) y al liberalismo Occidental. Las sociedades occidental e islámica han conseguido cristalizar casi a la perfección los principios opuestos del individualismo racionalista y el totalitarismo supersticioso. Y por tanto no cabe la superación dialéctica de un conflicto que se plantea entre contrarios lógicos.

La Sharia (Ley Religiosa Islámica) alcanzó su madurez en una época caracterizada por la transición entre la anarquía tribal y el feudalismo. Y precisamente ese cuerpo jurídico tiene por objeto facilitar esa transición y articular la estructura feudal de una sociedad islámica madura. La Sharia regula todas las relaciones sociales dentro de un marco de jerarquía, en cuyo vértice esta Dios, y que desciende hacia el califa, los caides, el cabeza de familia y finalmente las mujeres, los hijos y los esclavos.

Estas relaciones jerárquicas tienen dos direcciones: del dominado al dominante se exige sumisión; del dominante al dominado, se recomienda misericordia. No cabe duda de que el mundo de anarquía tribal en el que nació Mahoma también se caracterizaba por las relaciones de fuerza; y dado que la fuerza no tenía de su parte la sanción religiosa, es de suponer que tenía que ser aplicada con más profusión. En este sentido, el Islam sustituyó la simple violencia por un principio de sumisión sagrado y venerable. El yugo feudal se volvió más ligero, pero más fuerte.

Pero como os diría cualquier teórico liberal, el poder corrompe. La presunta arcadia feliz de relaciones paternalistas de obediencia y compasión jamás ha existido. Las mujeres, los esclavos, los no-musulmanes y en general aquellos que quedaban debajo en la pirámide feudal, han sufrido los abusos inevitables a los que conduce toda relación de poder incontrolado. Aunque sobre el papel las mujeres y los dhimmis (no-musulmanes) tenían sus derechos garantizados, la realidad es que estos derechos se defendían ante un tribunal de hombres musulmanes bajo un sistema legal donde la palabra de la mujer valía la mitad que la del hombre y la de un no-musulman, no valía nada. Así todas las garantías escritas se disolvían a la hora de la reclamación. Los dhimmis en muchas ocasiones conseguían justicia a base de sobornos y utilizando una floreciente industria del falso testimonio (Bat Ye’or lo describe en su “Caída de la Cristiandad Oriental”) que les permitía burlar las dificultades legales derivadas de su condición de ciudadanos de segunda.

La situación de las mujeres bajo el Islam degeneró rápidamente después de la muerte de Mahoma. Tres elementos distintos han contribuido ha hacer la vida de las mujeres peor en el mundo islámico que en casi cualquier otro grupo humano. En primer lugar el sistema de custodia de la mujer musulmana: la Sharia adscribe a cada mujer un “guardián”, al cargo de la conducta de la mujer. Sean cuales fueren los derechos que las mujeres tienen bajo el Islam, estos están mediatizados por el poder que sus guardianes (marido, padre o hermano) tienen sobre ellas. En segundo lugar el “honor”: el guardián se juega su honor personal en que su guardia sobre la mujer sea eficaz y por tanto cuando una mujer (que en el Islam es una permanente menor de edad) obra de forma no-islámica, el honor de su guardián queda en entredicho. Es decir, los métodos de control colectivo de la Stasi de Alemania del Este, aplicados a la vida sexual femenina.

El sistema de custodia femenina es en si mismo bastante detestable, pero es verdad que podemos encontrar formas de represión semejantes (y con la misma estructura de incentivos) en otras sociedades. Pero lo que tiene pocos paralelos históricos es el nivel de reclusión que fuerzan los hombres sobre las mujeres musulmanas. Ninguna otra sociedad se permite semejantes gastos y esfuerzos para mantener a las mujeres prisioneras. En primer lugar, las mujeres no pueden salir solas a la calle y en muchos países del Golfo la reclusión femenina es total (por ejemplo en el caso de los harenes). Además la ropa oculta la forma femenina completamente (en buena parte de Arabia jamás muestran su rostro ni a sus esposos o hijos). Millones de mujeres viven condenadas a prisión perpetua no por los crímenes que han cometido, sino por los que podrían cometer. En los países africanos donde la reclusión es económicamente inviable, esta se ha sustituido por la ablación genital. Alá es compasivo y misericordioso pero sus adoradores suelen ser un tanto paranoicos.

Todo esto ocurre dentro de una mitología que considera a las mujeres seres intrínsecamente viciosos, a los hombres, incapaces de todo autocontrol y que para colmo de males pone el honor sexual en la cúspide de la escala de valores.

Por supuesto la Sharia reconoce muchos derechos a las mujeres; pero es difícil que puedan defenderlos dado el nivel de dependencia y marginación en el que se encuentran. Tampoco ayudan las suras supremacistas que contiene el Corán:

“Ellas tienen derechos equivalentes a sus obligaciones, conforme al uso, pero los hombres están un grado por encima de ellas” Coran 2.228

"Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres envirtud de la preferencia que Alá ha dado a unos sobre otros y de los bienes que gastan. Las mujeres virtuosas son devotas y cuidan, en ausencia de sus maridos, de lo que Alá manda que cuiden. ¡Amonestad a aquéllas de quienes temáis que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadles! Si os obedecen no os metáis más con ellas" Coran 4.34

Y mucho peores son las opiniones de los exegetas ortodoxos:

Los hombres se comportan con las mujeres del mismo modo que el soberano con sus súbditos: ¡con autoridad!”

La Sharia maduró durante un periodo de dos o tres siglos después de la muerte de Mahoma, y para desgracia del mundo en general y de los musulmanes en particular, apenas ha evolucionado. A partir del s.X, la creciente disgregación del mundo islámico desembocó en una permanente debilidad del poder político. Y a pesar de que la teología musulmana se ha caracterizado por notable variedad de sectas y corrientes, el poder cuando se ha sentido débil siempre se ha decantado por el rigorismo. Todos los experimentos de Islam moderno se han encontrado con una sorda oposición y en muchas ocasiones han sido abortados en medio de sangrientas revoluciones. Es cierto que el mundo musulmán ha gozado de monarcas moderados y de periodos más o menos largos de tolerancia. Pero apenas ningún experimento modernizador ha conseguido ser aceptado dentro de la ortodoxia religiosa. La forma más (relativamente) moderada de Islam fue la que se practicó en la Península Ibérica durante el periodo de los Reinos de Taifas, y al poco provocó una encendida reacción rigorista por parte de los almorávides del norte de África.

Cabe decir que toda modernización teológica choca con múltiples obstáculos: la literalidad del Corán, presuntamente escrito por Dios, varios siglos de consensos religiosos ultraconservadores, la naturaleza anti-Islámica de la separación religión-Estado, e incluso el ejemplo personal de Mahoma: al igual que Jesús en el Cristianismo, Mahoma juega un papel ejemplarizante en Islam. Y aunque considero poco edificantes la moral de la otra mejilla y el celibato de Jesús, estos eran excesos que sus seguidores nunca han tendido a replicar masivamente (puesto que van contra las pasiones humanas más elementales). Sin embargo la violencia, la intransigencia y la violenta lujuria de Mahoma han demostrado ser más atractivas para sus partidarios que sus ejemplos de moderación y progresismo.

viernes, diciembre 09, 2005

La II Guerra Fría:Mahoma

“Si conoces bien al enemigo y te conoces bien a ti mismo no tienes que temer el resultado de cien batallas”

Sun Tzu, El Arte de la Guerra, Capitulo III

Entender al enemigo. El supremo acto de empatía, y el primer paso hacía la victoria. Y para entender esta guerra, es necesario retroceder catorce siglos. Hablar del Islam.

Occidente no entiende el Islam. Más en general, no entiende el hecho religioso: su dimensión totalizante, su permanente tentación totalitaria y su capacidad para movilizar y reprimir inmensas energías sociales. Sin entender la religión y sus patologías, y en particular las patologías de la religión islámica, la victoria es imposible.

La bibliografía que voy a manejar para escribir mi análisis de la religión musulmana es limitada pero exahustiva. Por supuesto he utilizado amplios fragmentos del Coran, algunos hadithes, el libro clásico de Daniel Brown “Introduction to Islam” y soy un habitual de la magnífica MEMRI. Por fetichismo profesional, antes de escribir estas líneas leí el siguiente artículo sobre “Islamic Banking” que me ha aportado también una visión de las dificultades que afrontan los académicos de la Sharia para afrontar los retos de la modernidad: “A Basic Guide to Contemporary Islamic Banking and Finance”, Mahmoud Amin El-Gamal, Rice University


En todo caso, la mejor pieza que he leído, y la fuente que me va a guiar es el Volumen V de “Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano” (D&F), de Edward Gibbon, que relata el nacimiento y expasión del Islam y la descripción de la filosofía islámica que hace el Rabino Moshe Maimónides (s.XII) en el capítulo 73 de la “Guía para Perplejos”. Son pocas fuentes, todas un tanto sesgadas a favor del Islam, pero toda obra sintética tiene que confiar más en principios generales y hechos estilizados que en toneladas de erudición.

Mahoma es uno de los hombres mas influyentes de la Historia, y la valoración de su persona y de su obra se complica tan infinitamente como las consecuencias cataclísmicas de su vida.

Edward Gibbon comienza el Capitulo de “D&F” dedicado al nacimiento del Islam con una breve “Descripción de Arabia y sus habitantes” donde, aceptando la historiografía musulmana clásica, se nos presenta un panorama desolador de anarquía hobbesiana y perversidad politeísta. No cabe duda de que en esta descripción hay mucho de “Damnatio Memoriae”, ya que si este panorama de abuso y anarquía fuese real, es difícil entender como Khadijah, siendo una mujer, podía tener su propio negocio y haber sido la jefa de Mahoma antes de ser su esposa. Mas bien cabe pensar que la Arabia pre-islamica era una sociedad un tanto caótica donde los mas crueles abusos convivían con ciertas libertades tradicionales. No obstante, no cabe duda de que esa sociedad estaba basada en relaciones de fuerza efectiva y privilegio tribal, que el Islam contribuyó a suavizar, pero desgraciadamente, también a extender.

Mahoma tuvo una juventud azarosa hasta que entro al servicio de Khadijah, una viuda rica que le tomó primero como empleado y después como esposo. Durante los años de su matrimonio, esta mujer, mayor que él, fue su única esposa, y si mi intuición no me engaña, casi todo cuanto hay de bueno en el Islam le debe mucho a ella, y la larga pasión que vivió con Mahoma.

Mahoma vivió en paz y dedicado a los negocios y el estudio hasta los 40 años. Es una absurda impostura creer que no sabía leer o escribir: el Corán y la doctrina musulmana son una revisión de todas las doctrinas religiosas de su tiempo, y la profundidad filosófica del Islam denota la cultura de su fundador. Por supuesto, también denota que esa cultura fue autodidacta y dispersa.

En términos filosóficos hay que admirarse del depurado monoteísmo que representa la religión musulmana. Gibbon afirma que “un teista filosófico podría suscribir esta forma de superstición popular”. Me temo que en esta frase, el azote de los entusiastas se deja llevar del entusiasmo: dudo que un teísta filosófico pueda aceptar las exuberantes descripciones del cielo y el infierno que contiene el Corán y mucho menos su intransigencia y supremacismo. Sin embargo es verdad que el unitarismo del Islam es tan perfecto como el del judaísmo, y su vocación universal tan amplia como la del cristianismo. El monoteísmo aunque históricamente ha estado asociado a las peores formas de violencia religiosa, también representa un espectacular aumento del espacio interior del alma humana, que al tomar contacto con la idea de un Dios creador y providente, disfruta del intenso placer de encontrar en el aparente caos de la Creación, la sutil mano del Creador. Además, la mentalidad del filósofo se alinea fácilmente con la teoría de la predestinación, que Mahoma acepta, eso si, sin considerar como afecta al concepto de responsabilidad moral.

A pesar de la admiración que nos produce el hecho de que un bárbaro pudiese construir la síntesis religiosa del Islam, esa admiración no la podemos extender hacia sus habilidades literarias: no puedo juzgar el Coran en lengua original, pero al contrario que en la Biblia, la traducción devasta completamente el libro. El Coran es un texto en ocasiones inteligente y en ocasiones realmente inspirado, pero carece de toda estructura narrativa, y de toda calidad lírica. Con la típica jactancia del escritor inseguro, Mahoma nos reta: “Si dudáis de lo que hemos revelado a Nuestro siervo, traed una sura semejante y, si es verdad lo que decís, llamad a vuestros testigos en lugar de llamar a Alá , (Corán, 2,23) pero desde luego la lengua de Cervantes, la de Shakespeare, pero sobre todo la de la Biblia, permiten hacer suras no solo semejantes, sino muy superiores. Os propongo al Rey David (Salmo 8) como comparación:

“¿Qué es el hombre para que te acuerdes de el, el ser humano para darle poder? Apenas inferior a un Dios lo hiciste, lo coronaste de Gloria y Dignidad”


En general, el libro está lleno de horrible intransigencia, de leyes bárbaras y de repeticiones obsesivas que nos hacen dudar de la estabilidad mental de su autor. No obstante, quienes lo han leído en lengua árabe, alaban su estructura rítmica e incluso en una versión traducida hay que reconocer que con sus contradicciones y obsesiones, Mahoma teje una retorcida pero interesente relectura de la revelación judeo-cristiana.

A lo largo de las vicisitudes políticas y militares que dieron lugar al nacimiento del Islam, Mahoma obra con una asombrosa mezcla de pragmatismo e intransigencia: durante la época original en que el Islam era un culto minoritario y los musulmanes estaban en desventaja, predica la tolerancia y exige libertad de pensamiento: en cuanto tiene el poder en sus manos, su discurso cambia sin solución de continuidad y pone a sus enemigos ante la dicotomía de la conversión o la muerte. En definitiva, con siglos de adelanto sobre Maquiavelo y Lenin, Mahoma practica y predica la (doble) moral revolucionaria.

Tanto en las victorias como en las derrotas, la ferocidad y concentración de los musulmanes y su capacidad de movilización y compromiso les dan una ventaja decisiva. En la larga historia de los príncipes bárbaros, Mahoma ocupa por su habilidad y sentido político un lugar privilegiado. Otros bárbaros antes y después que él conquistaron el mundo a través de la unificación de un pueblo salvaje (Atila o Gengis Khan), pero Mahoma fue capaz de unir al talento político y militar una doctrina religiosa que hizo la invasión bárbara más suave, pero de efectos (desgraciadamente) más duraderos.

La vida privada de Mahoma nos ofrece el habitual panorama contradictorio y fascinante: durante 24 años fue el devoto esposo de Khadijah, pero a su muerte abandona ese decente ejemplo de monogamia y cede a todos los avatares de la lujuria y el abuso de poder. Al principio aprovecha su reciente soltería para casarse con las viudas de algunos combatientes de su Ejército, justificando la poligamia en nombre la caridad.

Pero poco a poco su vida se desliza hacia la disolución: toma concubinas entre las criadas de sus esposas, obliga a uno de sus generales (Zaid) a cederle a su mujer, abusa de algunas prisioneras al poco de asesinar a sus maridos, y en su nadir moral, se casa con Aisha cuando ella cuenta con nueve años de edad. El peor crimen de un legislador religioso es cambiar la ley para ajustarla a su conveniencia y Mahoma no duda en cambiar leyes y otorgarse privilegios especiales, erosionando para satisfacer sus pasiones, el cuerpo legal que el mismo había creado. Una y otra vez ofrece a la posteridad ejemplos infames, que esa posteridad imitaría sin remordimientos.

Cuando comparamos el estado de la Arabia pre-islámica con la que dejó Mahoma, encontramos cambios asombrosos: las antiguas supersticiones han sido sustituidas por un monoteísmo perfecto, los ritos sangrientos han sido desterrados y la anarquía social ha sido sustituida por la unidad política del Califato. No obstante el precio de esas mejoras sociales fue enorme: la diversidad religiosa ha desaparecido, y con ella la libertad de pensamiento; el Dios de Mahoma que proscribe los sacrificios humanos en el altar, los exige en mayor número en el campo de batalla, y la estructura social, tribal y jerárquica es quizá más suave, pero también está más consolidada. Las patologías políticas y sociales de un pueblo bárbaro fueron exportadas a otros pueblos mucho más avanzados, y el legado de Mahoma incluye una guerra religiosa que todavía sigue ensangrentando el mundo.