miércoles, marzo 30, 2005

Educación (II): identidad y regulación

Mi segunda consideración sobre educación esta directamente relacionada con la cita de David de Ugarte que comentamos en el primer post anterior:

“un estado que quisiera reforzar las redes sociales y distribuir más poder entre sus ciudadanos, nunca aprobaría una Patriot Act como hizo EEUU, pero convertiría la educación básica y secundaria en un monopolio público universal, expulsando del "mercado educativo" que es lo mismo que decir de la posibilidad de generar identidades exclusivas a iglesias, credos y grupos particulares, negándose en cualquier caso a darles el más mínimo espacio dentro de los procesos educativos.”

Bien, aunque ya expresé mis dudas sobre la producción pública de educación, si que soy partidario de la financiación pública del sistema educativo. Existen dos motivos convencionalmente económicos para apoyar esta postura: en primer lugar es una política indispensable de igualdad de oportunidades. Si el sistema educativo no es capaz de crear valor añadido (en términos de productividad) en los jovenes, y de señalizarselo al mercado en forma de calificaciones (diferentes para los diferentes), no hay más criterio de jerarquia social que el privilegio hereditario o corporativo.

Y además, por las asimetrías informacionales y por el hecho de que la época óptima para educarse es la juventud, resulta imposible para el educando endeudarse eficientemente para estudiar. No hay, ni puede haber mercados financieros completos para el capital humano. La selección adversa es una barrera insuperable.

Por lo demás nunca se hará suficiente hincapié sobre las enormes externalidades que la educación produce. En el campo económico, en forma de efectos red, en el campo político, como limitación de la demagogia y barrera contra la barbarie tribal y religiosa. (Os recuerdo mi post sobre liberales ignorando externalidades políticas).

Una vez estamos de acuerdo en que la factura educativa se tiene que pasar al gobierno, no cabe una opción libertaria. Si el Estado debe pagar por la educación, no le queda otro remedio que definir que es educación. El “cheque escolar” puro sería un subsidio de suma fija por el número de hijos: algo que no tiene los efectos políticos y económicos que buscamos.

Mi modelo favorito de acción pública, quizá por deformación de economista financiero es el de la banca regulada. El Estado no hace las tareas de intermediación financiera, pero vigila la solvencia del sistema y crea el dinero.

De la misma forma, mi propuesta es que el Gobierno escoja un temario educativo, que deje las clases en manos de la iniciativa privada y la evaluación se haga en forma de un programa estatal y universal de revalidas. Es decir, los colegios privados educan, el gobierno pone las notas a través de exámenes (muy frecuentes: una tanda de exámenes cada tres meses más o menos), y con esas notas se permite o no el paso a los siguientes niveles de educación. En lugar de muchos miles de funcionarios educativos, solo tendríamos unos pocos, dedicados a organizar y vigilar los exámenes de revalida (con un sistema de alta seguridad para evitar el fraude), mientras que los educadores trabajarían en escuelas privadas, que recibirían bonuses contingentes en la actuación académica de los alumnos, y que tendrían pleno derecho a rechazar o aceptar a cualquier alumno.

En particular este sistema dejaría plena libertad ideológica: supongamos que el imán de Fuengirola decide organizar una madrasa: ok, si consigue que sus alumnos aprendan Física, Matemáticas, Filosofía e Historia, a mi me parece bien. Si su escuela no es un éxito académico se cierra. O vamos a otro ejemplo: si un grupo creacionista establece un colegio, nada que objetar, pero en la prueba de revalida, habrá las correspondientes preguntas sobre evolución. Así aunque los creacionistas “laven el cerebro” de sus alumnos con anti-darwinismo, no les quedara otro remedio que enseñar, lo mejor que puedan, también la teoría evolutiva.


A los teóricos de la “creación de identidades” les recuerdo que el éxito académico es, en media, una proxy del nivel de identificación con el racionalismo humanista. Por muy sectarios que quieran ser los profesores, obligados a enseñar racionalismo por imperativo económico, introducirán un caballo de Troya memético en las mentes de sus alumnos. Es verdad que se puede ser culto y un fanático religioso, pero a largo plazo, no se puede servir a dos amos. En mi opinión la dicotomía fe-razón es insuperable, y al aumentar, vía incentivos, la calidad educativa, minaremos las bases, por ejemplo, del islamo-fascismo, u otros aledaños ideológicos.

Pero en todo caso, si la dicotomía fe-razón no fuese insuperable, entonces nada habría que objetar a la fe, o a cualquier otra estructura identitaria. Si una “identidad” es compatible con racionalismo humanista, bienvenida sea.

Desde luego habréis notado que he dejado mucho a medias en este análisis: no digo como estructurar los incentivos económicos a las escuelas con éxito (lo que es una tarea nada trivial), ni propongo un borrador de programa educativo. Esto exige un análisis más en detalle. Lo esencial sin embargo es esto: un modelo mixto de producción privada y validación y financiación pública de la educación.

martes, marzo 22, 2005

Educación (I): Pequeños fascistas

David de Ugarte es un individuo brillante y confuso: por eso cuando no le entiendo, no se si es por una cosa o por la otra. En particular este post entra dentro de lo psicodélico, aunque esto, y solo esto, se entiende perfectamente:

“un estado que quisiera reforzar las redes sociales y distribuir más poder entre sus ciudadanos, nunca aprobaría una Patriot Act como hizo EEUU, pero convertiría la educación básica y secundaria en un monopolio público universal, expulsando del "mercado educativo" que es lo mismo que decir de la posibilidad de generar identidades exclusivas a iglesias, credos y grupos particulares, negándose en cualquier caso a darles el más mínimo espacio dentro de los procesos educativos.”

Antes de continuar debo decir que soy un producto casi total de la educación pública: desde el parvulario al post-grado, y con la única excepción de la secundaria, siempre he estado en el sistema estatal y sin falsa modestia creo que ha salido bien.

Pero yo estudié cuando los profesores se preocupaban más de enseñar conocimientos que de “generar identidades”. Además tuve la infinita suerte de disfrutar de una escuela socialmente homogénea de clase media, donde la calidad docente se encontraba con un alumnado interesado e incentivado.

Ambas condiciones han desaparecido y dudo mucho que mis potenciales hijos sean lanzados a los leones de la escuela pública actual. Ni la “educación transversal en valores” ni la violencia juvenil (frecuentemente inter-étnica) van a poner en peligro su seguridad física ni sus habilidades intelectuales.

Voy a dedicar este post al efecto obviamente contraproducente que el adoctrinamiento multi-culturalista y políticamente correcto están teniendo sobre una juventud que es (como resultado de ese mismo adoctrinamiento) crecientemente nihilista y racista.

Entre los muchas ecuaciones que todo economista lleva en su cabeza, pocas tan revolucionarias, en teoría y en la práctica, como la “Nueva Curva de Philips” y sus corolarios de inconsistencia dinámica. La Nueva Curva, un resultado de Friedman y Lucas, describe como las políticas inflaccionistas generan desconfianza en la moneda y aceleran vía expectativas el proceso inflaccionario.

La Nueva Curva nos enseña que el Gobierno puede engañar a los agentes para estimular la economía, pero que en el proceso pierde credibilidad y al final sus estímulos son contraproducentes. “Puedes engañar a algunos, algunas veces, pero no a todos, todo el tiempo”.

Pero los "pedagogos" modernos, pretenden engañar a todos, todo el tiempo. Mientras la violencia en las aulas y la desmoralización de los educadores se agudiza hasta extremos preocupantes, los programas educativos dedican cada vez más y más tiempo a cantar las excelencias de la convivencia y del diálogo. Clases de matemáticas y física se sustituyen por engendros como “Educación para la igualdad de géneros” o “Educación para la paz”.

El ambiente educativo se enrarece y la violencia física se adueña de los institutos y en lugar de aplicar políticas claras de disciplina, el amago de autoridades que afirman dirigir la educación en España no tiene una idea mejor que infligir a los alumnos el enésimo refrito pacifista y suicida.

Como buenos católicos laicos, pretenden salvar a la oveja descarriada a costa del resto del rebaño, y lógicamente el resto del rebaño no está por la labor. El creciente abismo que separa el discurso oficial de la realidad sobre el terreno genera un efecto péndulo, y cuanto más predican los educadores la convivencia, más creen los educandos que solo la violencia efectiva y el egoísmo feroz son un lenguaje creíble.

El joven es bombardeado en la escuela con el concepto del dialogo como solución universal, y cuando comprueba que no lo es, su reacción NO es entender que el dialogo es siempre un paso moralmente obligatorio antes de tomar cualquier otra medida, sino que decepcionado del discurso oficial tomará la vía opuesta y rechazará las medidas pacíficas incluso donde serían efectivas.

Del mismo modo, cuando comprueba sobre el terreno que no todas las culturas son iguales, al no haber sido preparado con una comprensión realista de las dificultades de la multi-culturalidad, la reacción del joven es pasarse al racismo más irracional, que precisamente se extiende cada vez más, al mismo paso que las generaciones LOGSE.

En general el grosero irrealismo de la cosmovisión políticamente correcta implica que cantidades crecientes de estimulo propagandístico consiguen resultados marginalmente decrecientes.

El hecho de que los partidos que han creado este sistema de histérico propagandismo vayan a ser sus primeras víctimas no me consuela en absoluto: porque los pequeños fascistas que están educando pueden devorarnos a todos.

lunes, marzo 14, 2005

Capitalismo financiero (III): Las consecuencias políticas

Hemos dedicado ya dos posts a desmentir las dos acusaciones más clásicas que se le hacen al capitalismo financiero: la primera es su naturaleza especulativa y alejada (incluso destructiva) de la economía real. Hemos visto que el sector financiero es no solo productivo, sino el más productivo de los sectores económicos, pues produce una planificación eficiente para todos los demás. Y hemos sugerido que necesariamente el sector planificador de toda economía es el de máximo valor añadido. Y que la mejor forma de organizar el “sector planificador” es a través de una estructura descentralizada de libre mercado.

Además hemos comprobado que el capitalismo financiero es más igualitario que el capitalismo “industrialista”: solo los flujos internacionales de capital, que son canalizados a través de los bancos, los mercados y las compañías multinacionales pueden conducir a un desarrollo equilibrado a nivel mundial.

Pero toda estructura económica es también una estructura de poder, y en particular ningún análisis económico está completo sin explorar sus consecuencias políticas.

Desde antes de Adam Smith ya existía la convicción teórica de que el librecambismo, mas allá de las críticas económicas que se le pudiesen hacer, tenia consecuencias políticas deseables: todos sus defensores han notado que cuando el Estado se inmiscuye en los asuntos comerciales, no suele quedarse en la aduanas, sino que frecuentemente también utiliza los ejércitos. El nacimiento del mercantilismo corresponde a una época convulsa de la historia europea y muchos han creído que el mercantilismo contribuyo decisivamente a esas convulsiones.

Además la política internacional, por su secretismo y su centralización parece especialmente vulnerable a ser capturada por intereses particulares y conspiraciones esotéricas.

No voy a intentar desmentir estos argumentos, que me parecen bastante naturales, pero quiero haceros notar que el imperialismo europeo se produjo durante la Primera Globalización, en medio de un nivel de libertad económica nunca superado, y que esa globalización acabó precisamente con la I Guerra Mundial.

Todos los observadores que vivieron la época que precedió a la Gran Guerra estuvieron de acuerdo en culpar a la “lucha por los mercados” de la política de alianzas que condujo al conflicto. A mi me parece natural verlo así: no en vano Europa se rompió en dos bloques: el bloque industrialista y mercantilista de las potencias continentales y el bloque del capitalismo financiero y la orientación marítima (Y Rusia no fue la excepción: la participación inglesa en la economía rusa era muy superior a la de Alemania. Rusia estaba abierta a la inversión internacional mientras Alemania era absolutamente refractaria a los flujos de capital: se alinearon en bandos opuestos a pesar de su parecido político).

Las compañías alemanas no participaban ni eran participadas por las del exterior, mientras que el sistema económico mundial era bastante librecambista. En esas condiciones, que las “burguesías nacionales” utilicen al Estado para librar sus luchas comerciales es inevitable.

La tradición librecambista ha visto en el comercio internacional un interés común ente países. Pero si bien el comercio internacional es (¡o no!) un interés común para los consumidores, no tiene por que serlo para los productores. Y en esas condiciones, que los mismos lobbies que sostienen el proteccionismo, sostengan también el expansionismo militar es tan solo un paso más en la dirección natural.

Para garantizar la paz no basta crear un interés común entre los países: es aún más importante crear un interés común entre las clases dominantes que deciden en última instancia sobre la guerra y la paz.

Y precisamente ese vínculo de intereses entre los poderes económicos es lo que aportan las grandes carteras internacionales, las participaciones cruzadas entre empresas de distintos países y la inversión directa de las compañías internacionales.

No me resisto a poner un ejemplo: si hay dos países en el mundo (A y B, por ejemplo), sin inversiones internacionales, una empresa que produce tornillos en A ve otra en B como una rival, y por tanto la empresa de A tiene interés en ver destruida la de B.

En un mundo con libre circulación de capitales, las dos empresas pueden estar participadas por un consorcio financiero (vg. un banco o un fondo de inversión), que ya estando en A o en B, al tener participaciones en las dos empresas (pues suponemos que escoge su cartera buscando la máxima diversificación), tiene también intereses en que los dos países estén en paz. Si los intereses de las “empresas” dominan sobre los de los “bancos”, entonces habrá guerra. Si los intereses de los “bancos” dominan sobre los de las “empresas”, habrá paz (e igualdad y producción eficiente!). Lo mejor que puede hacer un país pequeño para garantizar su independencia es dar la bienvenida a los intereses económicos de los países más grandes. Esos intereses serán su mejor defensa.

La historia de los dos últimos siglos registra un hecho estilizado: “las democracias no se hacen la guerra”. Los que nos hemos criado en la tradición intelectual del economicismo, pensamos mas bien, que en vez de “Pax democratica” lo que existe es “Pax financiera”. Los últimos cincuenta años han visto un enorme aumento primero en las operaciones de las empresas multinacionales, y después de las de los bancos y fondos de inversión. Eso ha creado entre todos los países de Occidente (y parte de fuera) una identidad de propósitos que (pesar de recientes rupturas) es, en términos históricos, absolutamente única.

Cuando el islamo-fascismo pone al sector financiero en su diana, no solo responde a las supersticiones que lo animan, sino que demuestra una profunda comprensión de que es ese sector financiero la piedra angular que garantiza la unidad de los pueblos libres de Occidente, que con la incorporación paulatina de China e India, serán en breve la mayor parte de la población mundial.

sábado, marzo 05, 2005

Capitalismo financiero (II): El modelo de desarrollo

La polémica más candente y divisiva de la historia de la economía es la que enfrenta desde el nacimiento del Estado Moderno a mercantilistas y librecambistas.

A pesar de que la sabiduría convencional que ofrecen las facultades de economía es, en el momento actual, abiertamente librecambista, el debate se ha cerrado en falso varias veces desde los tiempos de Adam Smith.

En el lado teórico los argumentos clásicos de Smith y Ricardo, pero sobre todo el Primer Teorema del Bienestar, han convencido a los economistas profesionales de que el librecambio era no solo un óptimo para el bienestar global, sino además un interés común para todos los países. Solo argumentos particulares y desesperadamente frágiles (el más famoso, el de la “industria naciente” ) o extraños resultados en modelos muy sintéticos avalaban el mercantilismo.

La evidencia empírica por el librecambio era menos impresionante que sus apoyos teóricos: la gran expansión de la economía inglesa vino justo después de que Cromwell prohibiese el libre tránsito de barcos holandeses por Inglaterra. Los propios Estados Unidos de América tienen una larga tradición de aranceles altos que se unen a su propio aislamiento geográfico. Alemania represento en el s.XIX un caso fulgurante de éxito económico y autarquía planificada. El siglo XX nos ha ofrecido ejemplos análogos en Asia.

Durante mis primeros años como economista esa evidencia histórica me hizo desconfiar del librecambismo, y cuando leí los primeros papers de Krugman sobre economias de escala geográficas mis sospechas se vieron “confirmadas” ( “Spatial Economics” es uno de los libros de economía más espectacularmente elegantes que se han escrito nunca).

En realidad sigo siendo escéptico hacia las virtudes del comercio libre como mecanismo de desarrollo: cuando SOLO hay librecambio PERO NO LIBRE INVERSION el resultado es aún más catastrófico que en el mercantilismo puro.

En esas condiciones los paises ricos no pueden exportar capital hacia los más pobres para aprovechar los bajos salarios (y en el proceso hacerlos más altos), de forma que el capital se acumula exponencialmente alimentando unas enormes economías de escala. Competir en esas condiciones es imposible para los más pobres, y aunque hubiese alguna mejora marginal debida a la ventaja comparativa, esa mejora la acaparan las “burguesias compradoras” locales. Cuando no hay libre inversión internacional, los paises pobres no pueden exportar más que recursos naturales y el valor añadido por el trabajo (el que se reparte entre la población) es mínimo. Y cuando lo que enriquece no es el trabajo, se disparan unos procesos de “busqueda de rentas”, en el que la lucha por los recursos es un negocio mucho mejor que la producción… y el resultado es una inestabilidad política general.

Pero esta historia de "dependencia económica" solo puede ocurrir si la inversión no es libre. Porque cuando al libre cambio se le une la libre inversión (especialmente en un mundo con costes de transporte y comunicación relativamente bajos)…el resultado es completamente diferente.

Entonces, aparte de recursos minerales y otras industrias de bajo valor añadido, los países más pobres están en condiciones de vender trabajo en los mercados internacionales: porque ...

IMPORTAR CAPITAL ES LO MISMO QUE EXPORTAR TRABAJO.

Y justo el trabajo es lo que es relativamente menos costoso en los paises pobres (¡!). Por eso la libertad para importar capital (mucho más que la libertad para comerciar bienes) es la que marca la diferencia desde el punto de vista del desarrollo.

Cuando tiene libertad de movimientos, el capital busca el trabajo más barato y así los países pobres reciben ese capital. El valor añadido generado por las inversiones extranjeras se reparte entre los trabajadores en forma de salario. Los salarios, al contrario que los recursos naturales o las ayudas públicas internacionales no son rentas fácilmente apropiables por las oligarquías locales. Son verdaderas rentas para el desarrollo.

Además, en estas condiciones, el capital en vez de acumularse en unas pocas zonas altamente industrializadas fluye suavemente buscando trabajo barato y se disemina espacialmente. Las economías de escala espaciales siguen aprovechándose, pero en un esquema “natural” que es mucho menos concentrado que el que produce el mercantilismo (y esto es evidente: en USA la concentración urbana es mucho menor que en muchos países de Europa fuertemente estatalizados (v.g España o Francia)).

Desde luego la tentación para todo tecnócrata es proponer una política para los países del Tercer Mundo basada en atraer el capital y mantener el proteccionismo hacia los bienes extranjeros. Durante años fue mi política favorita, pero tiene un defecto esencial: el capital que se atrae debe ser remunerado e importado. Poner dificultades a las importaciones IMPLICA poner dificultades a la importación de bienes y procedimientos de las empresas extranjeras y de los inversores internacionales, aparte de que el control aduanero o de capitales dificulta la remuneración del factor capital y por tanto lo ahuyenta.

Por eso soy librecambista: porque EL LIBRECAMBIO ES LA INFRAESTRUCTURA DE LA LIBRE INVERSIÓN.

Desde un punto de vista empírico el periodo del capitalismo industrialista (1950-1985), con sus limitaciones al sistema financiero y altos costes de transporte, el capital se concentró enormemente en USA, Europa y Japón y fue un desastre en el Tercer Mundo con independencia de la política más o menos liberal de sus gobiernos. Por el contrario, en los 15 años de capitalismo financiero desde la caída del Muro de Berlín hemos visto un desarrollo mucho mas equilibrado y dos gigantescos paises, China e India, se han convertido en receptores masivos de inversiones internacionales.