sábado, septiembre 16, 2006

Globalización y Rentas

1.-La democracia de los consumidores

Como regla general los defensores del libre mercado se han concentrado siempre en su eficiencia y su poder para crear riqueza. Ante la fuerza desatada del capitalismo, y los efectos exponenciales de la acumulación de capital y del desarrollo tecnológico, las cuestiones redistributivas parecían de segundo orden.

En efecto, el capital, en una economía de libre mercado, se coloca de forma que maximiza los beneficios. Por tanto si existe la propiedad privada y los individuos son libres para gastar como quieran, la estructura empresarial sirve a los consumidores. El capitalismo es por tanto (según una famosa expresión), la democracia de los consumidores.

Sin embargo en la democracia de los consumidores el principio de un hombre un voto no se aplica. Cada persona tiene tantos votos como su participación en la demanda, es decir, los individuos votan ponderados por su renta. En la democracia de los consumidores, tanto tienes, tanto vales.

Si el mecanismo de libre mercado se limitase a ser eficiente en este sentido, más que una democracia, sería una “oligarquía de los consumidores” y solo debería aceptarse corrigiéndolo mediante la redistribución de la renta (y aceptando la erosión de los incentivos marginales en que se basa el propio proceso de mercado).

Afortunadamente en una economía de libre competencia existe una poderosa fuerza igualadora: la ley del precio único. David Ricardo fue el primero que observó que el capital tendía a afluir a los negocios más rentables, y que al hacerlo incrementaba la oferta, reducía el precio y poco a poco la propia rentabilidad de la industria acababa convergiendo hacia el nivel general de los rendimientos del capital. A finales del siglo XIX, Jevons enunció su ley del precio único, que generalizaba este principio y que viene a decir que el proceso de mercado acaba igualando los precios de todo par de bienes idénticos.

La renta que se crea en una economía se distribuye a través de la remuneración de los factores: en cualquier empresa, los ingresos (netos de los costes de los inputs no laborales) se canalizan en salarios (remuneración del factor trabajo) y renta del capital. La ley del precio único implica en este contexto una tendencia general a la igualación de los salarios de todos los individuos de igual productividad.

Desde luego los salarios no están igualados: las diferentes preferencias ocio-trabajo, las cualidades innatas y factores culturales y familiares generan diferencias significativas de productividad por hora: estas diferencias se manifiestan sobre todo a través de los diferentes niveles de capital humano que poseen los distintos trabajadores; pero sin lugar a dudas, el mercado libre acaba generando una estructura salarial bastante más igualitaria (y meritocrática) que los arreglos institucionales no-individualistas que la precedieron; y si bien algunas sociedades comunistas han sido marginalmente más igualitarias, el precio ha sido una brutal caída del nivel de vida de las masas (y una distribución arbitraria y corrupta de la desigualdad residual) .

Como ya hemos mencionado, el output se distribuye a través de las rentas del capital y del trabajo; si bien las rentas del trabajo tienden a distribuirse igualitariamente, las del capital se distribuyen de forma menos igualada, ya que la riqueza esta más concentrada que las rentas salariales. Sin embargo una fracción significativa de estas diferencias dependen del lugar de cada individuo en su ciclo vital, y por tanto la desigualdad en riqueza y rentas del capital se reduce mucho cuando controlamos por la edad. En buena parte, las rentas del capital se dirigen desde los trabajadores activos hacia los jubilados y clases pasivas. Pero es forzoso reconocer que otra parte va a parar a engrosar el consumo de las grandes fortunas. En una economía madura las rentas del capital representan entre el 35 y el 40% del producto, frente al 60 a 65% de rentas del trabajo.

En conjunto, en las economías modernas la eficiencia, resultado del proceso de mercado, se alía con la igualdad, que resulta de la ley del precio único y la paulatina desaparición de las rentas de privilegio.

2.-La estructura internacional de la desigualdad

En el pasado, todas las sociedades humanas eran intensamente jerárquicas y la desigualdad económica era una realidad general, y distribuida uniformemente en todas las regiones del mundo. Sin embargo en los últimos doscientos años, mientras en los países industrializados la ley del precio único iba comprimiendo la distribución de rentas, y se formaba una amplia clase media homogenea en poder adquisitivo y estilo de vida, el resto del mundo avanzaba mucho más lentamente. En conjunto, en los 200 años que han transcurrido desde el comienzo de la Revolución Industrial, un cuarto de la Humanidad ha accedido a una riqueza y una seguridad sin precedentes, y otra mitad ha avanzado desde la miseria maltusiana a una pobreza moderada. El cuarto restante sigue entre la pobreza severa y la pura subsistencia. Ahora bien, estos grupos de rentas están colocados de forma espacialmente concentrada. La desigualdad entre individuos se ha convertido en desigualdad entre países.

¿Cómo funcionan el proceso de mercado y la ley del precio único en el plano internacional? Bien, si 1) el capitalismo (es decir respeto a la propiedad y la ley) estuviese bien distribuido, 2) no hubiese barreras a la circulación de los productos y los factores y 3) el capital no tuviese economías de agregación, entonces capital y trabajo se emparejarían de forma que se daría un proceso internacional de igualación de rentas y salarios a nivel mundial. El lector ya sospecha que estas tres condiciones distan mucho de verificarse.

En primer lugar el capitalismo no esta nada bien repartido: en la mayor parte del mundo la industria de la captura de rentas es la más rentable de la economía, y dependiendo del nivel de desarrollo, la tasación familiar, tribal o estatal se come una fracción muy grande del producto, y destruye los incentivos del trabajador, y del capital. Los economistas liberales siguen dirigiendo sus dardos contra el fantasma ya vencido del socialismo, mientras la coacción orgánica y el uso étnico del Estado son, con mucho, las peores barreras al desarrollo. El enemigo de nuestra época no es el error ideológico, sino la política de la identidad.

En el plano de las barreras institucionales a la movilidad de los factores que el éxito de las ideas liberales en los últimos 20 años es patente: las diversas rondas del GATT y la OMC han ido reduciendo aranceles y contingentes, aunque ciertas formas de neo-proteccionismo (como la PAC, el “arancel del trigo” de nuestra época), siguen vigentes. Como ya sabeís no soy un partidario entusiasta de la libre circulación de bienes per se, sino como un medio necesario para la circulación del capital, que es el verdadero camino al desarrollo.

La circulación internacional del capital durante el periodo 1945-1973 (la época de la represión financiera de Brentton-Woods) fue limitada, pero a partir de 1980 comenzó un proceso de liberalización. Como índica el gráfico siguiente, el capital reaccionó a la demolición de las fronteras con gran elasticidad, iniciando un proceso de recolocación internacional que es la característica principal de la globalización.



La última hipótesis necesaria para que se produzca la igualación mundial del rendimiento de los factores (y por tanto de las rentas) es la más sutil, pero no podemos pasar sin comentarla, y sin dejar una necesaria referencia: el proceso que iguala los salarios es la tendencia del capital a emparejarse con la mano de obra más barata por unidad de productividad. Pero si el capital tiene fuertes economías de escala, es decir si una unidad de capital tiene rendimientos mayores junto a otra unidad de capital, entonces, en lugar de difundirse a la búsqueda de bajos salarios, se pueden agregar en busca de sinergias con otras formas de capital. Este proceso de aglomeración y “ruptura de la simetria”, se describe con cuidado en un paper clásico de Paul Krugman y Anthony Venables (1995): “Globalización y la desigualdad de las naciones” . El resultado de Krugman viene a ser que el nivel de aglomeración espacial en la economía mundial es proporcional a las economías de escala en la producción e inversamente proporcional al precio del transporte. Krugman indicaba que las fuertes reducciones de los costes de transportes (resultado sobre todo del uso del contenedor multiusos, y de la caída de los costes de la comunicación) estaban moviendo la economía desde el modelo de aglomeración espacial, hacia el paradigma de difusión del capital. En este sentido Krugman & Venables (1995) es uno de los papers más importantes y proféticos de la década de los 90.

¿Cómo se distribuye la renta mundial? En su paper clásico, titulado “El inquietante ‘aumento’ de la desigualdad global”, Xavier Sala-i-Martín presenta un gráfico (Fig 4) en el que aparece la distribución internacional de las rentas en los años 1970, 1980, 1990 y 1998, en términos reales (es decir, corrigiendo por la inflación entre años y agregando las rentas de diferentes países rectificadas por paridad de poder de compra).



El gráfico indica con claridad dos hechos estilizados: en primer lugar el crecimiento, que se manifiesta por la tendencia de la curva a moverse hacia niveles más altos de renta; en segundo lugar, la renta mantiene una distribución relativamente estable, y el máximo alrededor del cual se concentra la mayor cantidad de población se mueve uniformemente a la derecha. Las dos líneas de la pobreza severa (1$ al día PPP) y pobreza menos severa (2$ al día PPP) dejan a su izquierda un volumen importante, pero cada vez menor de población.

También se presenta (Fig. 12) la descomposición de la desigualdad global en sus componentes: una componente internacional, y una componente nacional; dos tercios de la desigualdad en la renta (medida por el índice de Theil) corresponden a la desigualdad internacional.



Este hecho es de una enorme importancia y en cierto modo es una refutación de la socialdemocracia (a escala nacional): si todos los gobiernos del mundo se hiciesen comunistas y fuesen capaces de redistribuir totalmente las rentas de sus países sin pérdidas de eficiencia (hipótesis heroica y absurda), aun así, dos tercios de la desigualdad de rentas permanecería. Es decir la capacidad de los estados del bienestar nacionales para reducir la desigualdad es mínima porque la desigualdad es sobre todo un fenómeno internacional. Aquellos que temen (con razón) que la globalización deje a los Estados sin instrumentos redistributivos, no deben olvidar que esos instrumentos solo pueden rozar el problema, mientras que el modelo de libre circulación de bienes y capital, no solo crea un dividendo sustancial de eficiencia, sino que a través de la igualación internacional de rentas ofrece una vía para atacar directamente a los dos tercios del índice de Theil mundial que dependen, para más INRI, de algo tan arbitrario como el lugar de nacimiento.

3.-Ganadores y perdedores

La distribución global del capital y la igualación internacional de los salarios generan dos efectos: un dividendo de la globalización, es decir un incremento real y directo del volumen total de bienes y servicios producidos y una redistribución de rentas, que hasta el momento se alinea hasta el último decimal con las predicciones de la teoría económica. ¿Quien gana? Indiscutiblemente los trabajadores de los países pobres que se han industrializado o lo están haciendo; indiscutiblemente el capital en todos los sitios, que va a ver ampliada su porción en el producto. ¿Quién pierde? Casi seguro los trabajadores de los países ricos, que sufren una suave pero persistente descapitalización que poco a poco va minando los salarios, y especialmente los salarios de los trabajadores menos cualificados. Estos trabajadores tienen, eso es verdad, una cierta participación en el dividendo de la globalización (que se manifiesta en la caída internacional de precios de los productos comerciables, como los DVDs en Wallmart) pero es poco probable que esto compense la caída de los salarios. Ganan sin embargo los profesionales de alta formación y creatividad (la mera formación se puede comprar cada vez más a precios modestos en India y otros países capaces de ofrecer servicios en régimen de outsorcing). Ganan las sociedades pobres con fuerte ética del trabajo y sobre todo de la iniciativa, y pierden las sociedades ricas con una cultura del ocio. Ganan China e India y pierde Occidente.

Desde el punto de vista de los ganadores, no hay muchos consejos que dar, salvo los usuales en este caso: cuidado con jugar con políticas monetarias, aranceles y estrategias proteccionistas; cuando uno tiene mucho que ganar, las prisas no van a ningún sitio.

Las sociedades del mundo rico sin embargo han seguido dos caminos distintos: Francia (y Europa a grosso modo) ha intentado aplicar políticas proteccionistas, mantener el Estado del Bienestar y la regulación del despido: ha decidido proteger las rentas de privilegio de los insiders, buscar ganancias de productividad con altos niveles de desempleo (profundizando su estructura de capital, y limitando la base de trabajo). Esas regulaciones crean un 20% de paro juvenil (40% para los inmigrantes), un alto nivel de pago de prestaciones sociales, unos bajos niveles de crecimiento y un número de horas de trabajo que ronda las 35 semanales. En definitiva una sociedad crecientemente estamental, estancada y dividida, pero sin la tensiones del capitalismo irrestricto.

Los Estados Unidos se han lanzado a la piscina global sin más precaución: los niveles de paro están en mínimos históricos, pero por primera vez en décadas existen trabajadores pobres, cuando en el pasado la pobreza estaba invariablemente unida al desempleo, y los niveles de desigualdad han aumentado significativamente. Los receptores de rentas del capital (los ricos y los jubilados) y los trabajadores de alta cualificación, por su parte, están mejor que nunca. Por otro lado es una sociedad rica, con oportunidades, procesa relativamente bien a los inmigrantes (lo que es más fácil al no ser musulmanes) y amplia vorazmente la base de trabajo.

El proceso de globalización en general se caracteriza por crear un mundo más diverso en cada lugar y más homogeneo entre lugares. Mientras la desigualdad entre países va reduciéndose, la desigualdad dentro de cada país crece. La diversidad del mundo se distribuye de forma crecientemente homogénea.

4.-Suavizando el trauma

“Some folks are borned silver spoon in hand…
…and when you ask them, how much should I give
the only answer:
more, more, more”


“Fortunate Son”, Creedence Clearwarter Revival

La desigualdad real disminuye, si, pero la desigualdad percibida, que es la local, crece. Los países se igualan, pero cada país es más desigual cada día. Eso significa tensiones sociales. Eso significa resentimiento y populismo. La globalización es un proceso traumático: resquebraja certidumbres morales, destruye sociedades tradicionales, genera mutaciones culturales que van de lo asombroso (el revival zoroastrista entre mis adorados persas en el exilio, o el underground neopagano en Europa, e incluso el neo-cabalismo de Hollywood) a lo horrible (el islamismo). Y el proceso es rápido y desorientador. El lector haría bien en releer el “Manifiesto Comunista”, el poema épico sobre la II Globalización [1], para comprender esa sensación de vértigo cultural. El parto de un Nuevo Orden es necesariamente traumático, incluso si ese orden es la mejor esperanza de la Humanidad.

Las dos formas de recolocación espacial de los factores (la migración del trabajo y la difusión del capital) son parcialmente substitutas entre si (al menos si es verdad la hipótesis de un nuevo equilibrio con capital espacialmente extendido como se expresa en Krugman & Venables (1995)). En general exportar capital es económicamente equivalente a importar trabajo (inmigración). Por tanto la igualación internacional de las rentas se puede alcanzar mediante la descapitalización de mundo industrializado o mediante la despoblación del mundo no industrializado.

Ahora bien, el capital es neutro y no esta sometido a más reglas que las de la contabilidad: afortunadamente: como dijo Marx, “el capital no tiene patria”. Pero las migraciones humanas tienen un texto cultural; el mantra de la diversidad como riqueza oculta una realidad precisamente diversa: desastres como Líbano o Sudáfrica o éxitos como el “melting pot” americano. No hay nada más estúpido que proponer una gestión uniforme de la diversidad (ya sea esta el racismo o el multiculturalismo).

Esencialmente, dado que las clases trabajadoras de Occidente van a tener que sufrir el proceso de descapitalización, lo mínimo, es al menos protegerlas (protegernos) de unas oleadas migratorias que EMPOBRECEN a los trabajadores (reducen el stock de capital PER CAPITA), en especial a los menos cualificados, y que además suelen implicar una importación de supremacismo religioso, de conflictividad social y un campo abierto a la divisiva (y normalmente sangrienta) política de la identidad. Las medidas que pueden contribuir a suavizar los traumas de la globalización son sencillas y complementarias:

En primer lugar facilitar la circulación del capital: primero y sobre todo mediante la libertad de comercio y la renuncia a las políticas neo-proteccionistas (no tiene sentido que los trabajadores marroquíes vengan a recoger naranjas a España, cuando pueden recogerlas en Marruecos y vendérnoslas: mejor para todos ¿no?). En segundo lugar pelear por mejorar el marco de protección global de las inversiones: es decir, que a la OMC se le una en breve un acuerdo multilateral de inversiones, como el que se rechazó por motivos bastardos en 1999. Una vez conseguido esto, una privatización parcial de los planes de pensiones puede contribuir decisivamente a movilizar recursos hacia los países pobres, permitiéndonos además enfrentar de forma económicamente óptima los diferenciales demográficos mundiales.

En segundo lugar, contingentar en volumen y composición los flujos migratorios: limitar significativamente los flujos migratorios implica políticas represivas y políticas abiertamente sangrientas: estas últimas tienen que subcontratarse en los países de origen. En ese sentido todo el arsenal de políticas neocoloniales (sobornos, chantajes, desestabilización, mercenarismo…) que hasta ahora han servido a pequeños (e infames) intereses mineros o a juegos ególatras de prestigio geopolítico deben servir ahora a una causa existencial; por otro lado, la misma política de defensa de la inversión exterior que hemos descrito antes y la ayuda internacional deben condicionarse a la defensa legítima de nuestras fronteras. Más extensamente: I, II, III, IV , V, VI, VII, VIII

Soy igualmente partidario de la globalización económica y del mestizaje universal; no obstante si se intenta implementar a la vez los dos procesos, la explosión social es probable, y nos quedaremos sin nada. Si el mestizaje universal viene después de una igualación razonable de las rentas (vía igualación de los stocks de capital), entonces la promesa de una cultura universal próspera y mestiza, regida según principios individualistas tiene muchas posibilidades de cumplirse.

[1] La Primera Globalización fue el Imperio Romano, la Segunda, la Época Victoriana y desde 1980, estamos en la Tercera Globalización.