Ante Dios y ante la Historia
1.-Chile, al borde del abismo
El 11 de Septiembre de 1973 la Republica Chilena llevaba unos meses muerta y solo faltaba enterrarla. Salvador Allende había llegado al poder con el viejo principio leninista de “un hombre, un voto, una vez”, que emparenta a todos los totalitarismos políticos y religiosos. Nada más alcanzar la presidencia de la Republica inició un proceso masivo de nacionalizaciones, que no se limitó al cobre, como se nos quiere hacer creer: la banca, las empresas de telecomunicaciones, el textil y finalmente cualquier industria ocupada a la fuerza por los trabajadores (que quedaba en manos del Estado). Según Wikipedia (recomiendo leer el artículo entero):
“La estatización de las empresas se llevó a cabo con el uso de ciertos resquicios legales (el Decreto Ley N° 520, de 1932), que databan de la República Socialista, que cayeron en el olvido pero que no por eso dejaban de tener valor legal. El resquicio consistía en que cuando alguna empresa considerada clave de la economía detenía la producción, el Estado la podía intervenir para que vuelva a producir. El sistema utilizado era paralizar las empresas con trabajadores pro Unidad Popular, que pedían la intervención del gobierno, el cual requisaba la industria. El sistema fue juzgado ilegal por la derecha, pero fue sancionado como legal por la Contraloría de la República.”
Y el proceso iba más allá, en la línea de la des-kulakización staliniana:
“A finales del año 1971 se llevó a cabo la expropiación de más de dos millones de hectáreas. Estas tomas empezaron a adquirir ribetes más y más violentos, por los enfrentamientos entre terratenientes y campesinos. El primer muerto fue Rolando Matus, pequeño agricultor muerto a tiros cuando defendía una propiedad mínima en el sur de Chile contra quienes intentaban ocuparla por la fuerza”
Esa era la “gran industria” y la “oligarquía” contra la que luchaba Allende. La lectura del relato de los hechos tal como aparece en Wikipedia es el de un clásico golpe de Estado gubernamental, y solo el sectarismo o la ignorancia puede negar que el Partido Socialista (marxista, no lo olvidemos) llevaba al país hacia una guerra civil.
En los tres años de Salvador Allende, ademas de un desastre político se había producido un desastre económico: la inflación llegó a los tres dígitos (en un país atípicamente estable en la región), la producción nacional se llego a desplomar un 12% en un año y finalmente con la moneda por los suelos y sin créditos internacionales, llegaron el paro, el desabastecimiento y las cartillas de racionamiento.
Mientras tanto el Estado alentaba con una mano y permitía con la otra una fuerte oleada de violencia de extrema izquierda, y el desembarco de observadores cubanos que preparaban el país la conflagración que deseaba la izquierda filo-soviética. También se preparaba el estado para controlar las emisoras de radio y el sector papelero, es decir, la prensa. Por si queda alguna duda de las intenciones revolucionarias de la izquierda chilena, aquí esta la prueba de fuego: el paramilitarismo.
“Había visto actuar a extremistas en el asesinato de Pérez Zujovic, y ahora comenzaron a armar a grupos de trabajadores y pobladores afines con sus ideas, creándose los llamados «cordones industriales» […] El mismo Gobierno se vio envuelto en un caso de importación ilegal de armas desde Cuba, al llegar un avión de esa nacionalidad que no fue registrado y que se trasladó de inmediato a la casa presidencial de Tomás Moro, con armas enviadas para el GAP (Grupo de Amigos del Presidente) En ocasiones, el Gobierno se negó a usar la fuerza policial para controlar estas acciones (en casos de tomas de fábricas y radios opositoras), siendo, en general, tibio en su reacción. La razón de ello es que los que realizan estas acciones son gente de la Unidad Popular, que luchan por el socialismo”.
El propio Congreso, ante la escalada suicida que estaban tomando los acontecimientos, pidió al Ejército (¡!) un pronunciamiento. El lector haría bien en leer el documento siguiente antes de que la Policía del Pensamiento o la BBC lo borren de la Red.
2.- Dictadura y Represión
Aún cuando la inflación de tres dígitos y el desabastecimiento autoinfligido ya habían puesto al país de rodillas, la cúpula del Ejército se negaba a atentar contra más de un siglo de legalidad republicana. Pero finalmente toda la paciencia se volvió inútil, el Partido Socialista se negó sistemáticamente a realizar un plebiscito en medio de la crisis nacional que el mismo había provocado [1], y los oficiales exigieron a la Junta de Estado Mayor que tomase las mediadas necesarias para restaurar, sino la legalidad, al menos el orden. El 11 de Septiembre de 1973, después de uno de un formidable discurso, que ha pasado a la Historia no solo por el patetismo de las circunstancias, sino por su triste belleza, murió en combate Salvador Allende.
Aunque la valoración política de su obra no puede ser menos que catastrófica, su actitud de valentía personal y su lealtad a los principios en los que creía tienen que merecer la mayor estima de un observador imparcial. Pero el lector no debe olvidar que esos principios a los que servía devotamente Allende eran los del marxismo, es decir, los de una ideología sangrienta y fallida. Los siguientes párrafos, por tanto, los voy a dedicar a la melancólica tarea de describir las trágicas consecuencias del idealismo equivocado. Y en la larga historia del idealismo equivocado, nunca más idealismo y nunca más error que en los movimientos comunistas que ensangrentaron el s.XX.
El Golpe de Estado de Pinochet fue recibido por los movimientos revolucionarios que lo habían provocado con el más absoluto pavor. Todavía no estaban preparados. Los Estados Unidos habían entrenado al Ejército chileno en técnicas de contrainsurgencia, dentro del marco de la Escuela de las Américas. El Ejército organizó un golpe de descabezamiento, y a porcedió a implementar una estrategia de Terror, cuyas dimensiones NO se ocultaron para provocar una reacción de pánico. El modelo fue el de la noche de los “cuchillos largos” nazi. Detenciones masivas, no esperadas, una utilización profusa de la tortura y en el caso de las presas femeninas, formas de violación cuya crueldad dejo a la imaginación del lector. Los testimonios sobre los crímenes están contenidos aquí, y el lector haría bien no solo en tomarlos en serio, sino en considerar que probablemente quienes pasaron por ello no lo han contado todo.
A la crueldad de la represión hay que sumar la naturaleza idealista de quienes la sufrieron. La mayor parte de los cuadros izquierdistas estaban formados por jóvenes universitarios, y algunos trabajadores ganados a la causa marxista, y los inadaptados sociales que formaban el Ejército disfrutaron a fondo la oportunidad de dar rienda suelta a su resentimiento. Dejo de nuevo a la imaginación del lector los resultados.
Pero si el régimen demostró un sadismo difícil de superar, el lector no debe olvidar que la represión no fue masiva. El número de muertos provocados por la dictadura chilena fue según el informe Rettig de 3.195. Esto quiere decir que en un siglo caracterizado por asesinatos millonarios, la represión pinochetista merece el adjetivo de quirúrgica, tanto por su extrema crueldad como por su precisión. En esta Web de la Universidad de Hawai aparecen los mayores crímenes contra la Humanidad registrados. El lector puede buscar las cifras de Pinochet para descubrir que con los muy estrictos criterios de la Universidad de Hawai (incluye varias formas de asesinato indirecto que no se suelen considerar “genocidio”), el régimen cubano ha provocado diez veces más bajas que el chileno, y además dos millones de exiliados.
Dentro del siglo XX, la represión pinochetista hay que mirarla con lupa. El régimen gemelo de la Junta Militar Argentina asesinó a más de 35.000 personas (varias veces más que en Chile, corregido por población), dentro de un esquema de total descontrol, que los mandos chilenos jamás permitieron. Los excesos de la represión chilena servían a una causa política, mientras en Argentina, la política se convirtió en una excusa para ejercer los excesos de la represión.
3.-El milagro chileno
Básicamente la represión militar chilena tuvo una fase aguda de dos años, y después, cuando el control militar del país estuvo firmemente en manos de la Junta, la virulencia represiva fue disminuyendo, entre otras cosas porque a muchos de los detenidos se les ofreció el exilio y porque ante el régimen del terror instalado el desaliento cundió rápidamente. Los primeros años de la dictadura militar fueron un desastre económico. Aunque anti-marxistas obsesivos, los militares tenían las manías dirigistas que habían caracterizado las últimas décadas en América Latina. La Junta se jugaba en el campo económico su credibilidad política, y por pura casualidad acertaron con el caballo ganador del liberalismo económico.
En 1975 con la persuasión de los discípulos chilenos de Milton Friedman (que contaron con la ayuda del Maestro), se aplicaron una serie de políticas liberales, que sanearon las finanzas públicas, contuvieron la inflación y pusieron al país en el camino de un crecimiento que caracterizó la década de los ochenta. Esas políticas las han respetado por todos los gobiernos posteriores y convierten a Chile en el país más próspero de América del Sur. Y con su sistema privado de Seguridad Social y su insignificante deuda pública, Chile tiene el Estado más saneado y fiscalmente responsable del mundo.
En los primeros años de la dictadura se registró un aumento significativo del paro y de la desigualdad, pero un país herido económicamente debe empezar por acumular capital y por generar crecimiento antes de pensar en repartir una renta que no tiene.
4.-La obra
No ha habido en el s.XX un régimen autoritario más necesario, menos sangriento y con más éxito en el plano social y económico que la dictadura chilena. Y es precisamente su éxito, no su brutalidad, lo que lo ha convertido en una grotesca obsesión para la izquierda. En el propio Hemisferio Occidental encontramos dos regimenes sangrientos y fallidos de izquierdas (Nicaragua y Cuba) y un régimen genocida de derechas en Guatemala (más de 200.000 bajas).
Las dictaduras argentina, uruguaya y brasileña mataron más y dejaron peor a sus países. El mismo PRI mejicano tiene mucha más sangre y mucha más miseria en su pasivo político.
Roma no paga aliados, y parece que sus mentores americanos y la derecha internacional, que le deben una sonora victoria en la I Guerra Fría, han decidido repudiar a Pinochet por motivos de comodidad o de pura ignorancia política. Para poder desembarazarse de este éxito incomodo (¡!) la derecha actual emplea un montón de falacias, algunas más, y otras menos absurdas. Unos, directamente en el campo de la oligofrenia nos dicen que “toda dictadura es rechazable”, como si la democracia hubiese sido una opción en el Chile de 1973. La derecha kerenskista que parece haber pasado por este siglo sin que este siglo pasase por ella, se aferra a nociones de legalidad que el propio Pinochet consideró probablemente con más cuidado y con más congoja que sus críticos actuales (comodamente instalados en Londres o Madrid).
La República no existía y el kerenskismo de Pinochet hubiese conducido al mismo lugar que el kerenskismo de Kerensky: primero la revolución, luego la matanza, después el totalitarismo y finalmente el trauma de la transición al capitalismo. Cada apartado de esta lista melancólica, suma su propia pila de cadáveres. Y las vidas destrozadas por la miseria.
Más sutiles, están los de la dictadura romana. ¿Por que no dejó el poder antes? Cuando se cayó el puente de Tacoma, el Gobernador del Estado prometió: “reconstruir el mismo puente sobre el mismo río”. Un famoso ingeniero le advirtió que “se caería de la misma forma”. Devolver el poder en medio de la crisis y de la ofensiva marxista era entregar el país a los lobos. Una vez derramada la leche de la ruptura constitucional y de la represión, Pinochet estaba obligado a devolver un país viable y saneado. En 1990, con una economía boyante y el bloque socialista desaparecido, retornó el poder al pueblo. ¿Pudo ser antes? Quizá. ¿Como le hubiésemos juzgado si hubiese sido demasiado pronto?
Luego están, como no, la señorita Peppys y sus discípulos, que le acusan de corrupción. La acusación no estaría mal en nuestro querido Luxemburgo, donde los políticos (seguramente) son probos funcionarios germano-parlantes. Pero en Latino-América, Pinochet ha robado menos que cualquier dictador, y también menos que casi cualquier gobernante democrático. Él, que tenía que enfrentar el riesgo de un exilio incierto guardó para vivir y garantizar su seguridad unas decenas de millones de dólares. Es decir, una cifra insignificante y a todas luces necesaria para afrontar los riesgos que la dictadura siempre acarrea.
Desde luego el tipo no era simpático, y tuvo la desgracia de que sus enemigos si lo eran. Pero sus simpáticos enemigos eran extremistas y si podemos juzgar por la experiencia histórica (y si no, ¿como juzgamos?) hubiesen conducido a Chile por el camino de Cuba. Hoy Chile esta en el camino de Corea del Sur.
5.-El hombre
Pero si bien la Historia será benévola con la obra de Pinochet, el hombre no saldrá bien parado. Y no lo será porque buena parte de la crueldad de la represión militar fue innecesaria. Y cuando corre la sangre, toda negligencia es demasiada. Comparado con la alternativa revolucionaria (tal como la hemos visto donde triunfó) la Junta Militar fue cuidadosa en concentrar la represión en sus enemigos políticos. Y acometió una reforma social formidable.
No le culpo, por tanto, de derramar sangre para alcanzar sus fines, porque esos fines justificaban el derramamiento de sangre (la evidencia de Cuba apuntala esta obviedad con la evidencia). Pero la violación nunca es necesaria. El recurso sistemático a la tortura tampoco. Y Pinochet tenía poder para limitar ambas cosas. Se cometieron abusos horribles y perfectamente innecesarios, que él conocía, y que permitió por puro revanchismo ideológico. Dado que la izquierda chilena no había tenido la oportunidad de comenzar su represión, ni siquiera la venganza justifica los actos de Pinochet. Fue innecesario y la violencia innecesaria es imperdonable. A nivel personal, es aún más imperdonable la hipocresía llamarse cristiano y odiar tanto.
El estudio de la obra de Pinochet no solo queda para los historiadores. Los próximos años nos depararán conflictos terribles. Las técnicas de contrainsurgencia y la represión militar van a estar en el arsenal que necesitaremos para contener al fascismo islámico. En ese sentido dos lecciones quedan para el futuro: en primer lugar, que golpear con anticipación y dureza a un movimiento revolucionario funciona. En segundo lugar, que la Historia perdona cualquier atrocidad necesaria, pero no las atrocidades innecesarias. Distinguir unas de las otras es una de las tareas principales de un estadista. Pinochet fracasó (porque quiso) en esta prueba de fuego.
No puedo hacer un balance negativo de los 17 años de la dictadura militar; pero si Pinochet hubiese cuidado a sus enemigos solo un poco mas, si hubiese evitado las violaciones sistemáticas y si hubiese limitado las torturas a lo que las necesidades de inteligencia exigían, yo hubiese titulado este post “Augusto el Grande”. Pero la grandeza exige no solo el éxito, sino también la magnanimidad personal. Decenas de miles de personas innecesaria (y horriblemente) torturadas le separan para siempre la Gloria, que de otro modo le correspondería.
En todo caso, por los servicios prestados a su país y a la lucha anti-comunista mundial, Descanse en Paz.
[1] El propio 10 Septiembre, cuando la familia de Allende había dejado el país en previsión del golpe, el Partido Socialista se avino al plebiscito: en mi opinión fue una táctica dilatoria. En todo caso era tarde, demasiado tarde…
PD.- Para todos los que reparten carnets de liberal, leamos a Hayek:
“What opinion, in your view, should we have of dictatorships? Well, I would say that, as long-term institutions, I am totally against dictatorships. But a dictatorship may be a necessary system for a transitional period. At times it is necessary for a country to have, for a time, some form or other of dictatorial power. As you will understand, it is possible for a dictator to govern in a liberal way. And it is also possible for a democracy to govern with a total lack of liberalism. Personally I prefer a liberal dictator to democratic government lacking liberalism. My personal impression — and this is valid for South America - is that in Chile, for example, we will witness a transition from a dictatorial government to a liberal government. And during this transition it may be necessary to maintain certain dictatorial powers, not as something permanent, but as a temporary arrangement”
F.A Hayek, Entrevista para el Mercurio de Chile (1981)