Economía Cuantitativa y Extremismo Político
1.-Economia cuantitativa y extremismo político
Una de las correlaciones más estables en el campo de la ciencia económica es la que asocia las posiciones extremistas y el rechazo (pretendidamente epistemológico) a la economía cuantitativa y empírica. En este punto, Murray Rothbarh y Ludwig von Mises son indistinguibles de Karl Marx y Antonio Negri. La bestia negra de los radicales de todos los partidos es el economista cuantitativo.
La razón es sencilla: los números nos permiten representar de forma precisa los dilemas económicos. Pero una vez que estos dilemas se expresan con precisión, las soluciones que resultan son intermedias. Si hay un trade-off entre eficiencia y equidad, el proceso de maximización sometida a este dilema nos da invariablemente resultados mixtos, que dejan igualmente insatisfechos a quienes proponen el desmantelamiento del Estado o la dictadura del proletariado.
Los adictos a las emociones políticas están obligados a desacreditar la frialdad de la estadísticas y la melancolía a la que nos condena constatar que la materia (y más aún la naturaleza humana) se oponen a nuestras construcciones utópicas.
Tomemos el caso del tamaño óptimo del Estado como porcentaje de la economía nacional. Una vez planteas el problema con precisión, por ejemplo en el contexto de la Teoría de la Hacienda Pública, resulta que es casi imposible que el nivel socialmente óptimo de tasación sea 0 o 100%. Por tanto aquellos que defienden estos dos números arbitrarios (anarquistas y comunistas), están obligados a desacreditar no solo la propia teoría de la Hacienda Pública, sino incluso el propio concepto de “tasación óptima”. Sus argumentos pueden parecer fuertes (¿Quién es ese sujeto social que optimiza?), pero en última instancia el 0% y el 100% son dos números como cualesquiera otros del intervalo [0,100%], y quienes los proponen no hacen sino ofrecernos su propia estimación de un óptimo. Dado que su estimación no es el resultado de ningún proceso de optimización, tienen que intentar convencernos de que el problema de escoger un nivel impositivo no tiene nada que ver con los números.
Desgraciadamente para ellos, la pregunta es numérica, y por tanto solo admite respuestas numéricas, que deben ser planteadas en un marco numérico.
2.-Marginalismo económico y ética anarco-liberal
En el nivel más abstracto de la teoría política, la situación parece más cómoda para los iusnaturalistas de todas las clases. La ética libertaria de la no-agresión parece una respuesta natural a los problemas normativos en política. Por ejemplo, el Estado, vía impuestos nos expropia lo que no ha producido a cambio de una protección que no le hemos demandado. Es un robo, ¿no?
Desde mi punto de vista, si tengo que elegir entre que una persona muera de hambre, o que se cometa un robo para evitar una muerte, yo me quedo con el robo. Es decir, no comparto la ética de la no-agresión: en mi función de elección normativa no solo está representada la agresión como mal político. Pero dicho esto, la ética de la no agresión en su variedad anarquista no solo falla por su fijación con la agresión. Falla a nivel más profundo cuando la situación a la que se enfrenta el sujeto le exige elegir entre agresiones.
El teórico anarquista denuncia todas las agresiones y se muestra enemigo de todos los agresores. Por ejemplo, no es que los teóricos anarco-liberales piensen que la Alemania nazi y el Gobierno Federal Estadounidense son igual de malos: lo que creen es que son ambos son malos y que dentro del mal no tiene sentido preguntarse por grados. Aunque creyesen que hay grados no tienen una teoría de la graduación de males. La agresión es agresión y el Estado es Estado porque agrede (institucionalmente).
En el mundo real, claro, lo único que cuenta es cual es marginalmente peor, porque la acción ocurre el margen. La vuelta de tuerca es asombrosa: los marginalistas económicos más militantes tienen una ética totalmente no marginalista. La ética no marginalista acaba siendo puramente nihilista, porque le falta la propiedad esencial para que sea útil en el campo de la acción (y la política es siempre acción): que nos ofrezca respuestas donde ocurre la acción: en el margen. El libertarismo radical falla en el peor de los lugares: en sus propiedades topológicas.
Desde luego se puede desarrollar una moral de la no agresión con buenas propiedades de continuidad. Es decir, la construcción de una ética liberal compatible con el marginalismo exigiría describir una métrica completa de la agresión que nos permita responder si está justificado cobrar impuestos para luchar contra el nazismo, o si es mejor dejar que el nazismo prevalezca, y luego cobre impuestos. El libertario se intenta zafar de esta pregunta diciendo que en el mundo positivo este tipo de trade-offs no existen, lo que es directamente absurdo, o que son culpa del estatismo. Pero el estatismo existe y un sistema normativo completo debe dar respuestas coherentes sobre cómo actuar en todo marco posible.
En todo caso, incluso en un mundo anarquista será necesario elegir entre agresiones: los problemas asociados a la agresión preventiva y el free-riderismo exigen elegir entre la agresión "ilegitima" y la derrota. El uso de rehenes y escudos humanos exige elegir entre agresiones ilegitimas (a no agresores). En ambos casos, en la acción implícitamente describiremos que agresiones son más ilegitimas, y ese “más” es precisamente lo que los libertarios radicales se niegan a considerar.
3.- Las escuelas no cuantitativas en el mercado
El mercado tiene preguntas cuantitativas. Y por tanto exige respuestas cuantitativas. Los intermediarios financieros tienen que decidir a qué precio comprar o vender un activo, y pretenden utilizar estrategias de trading con el mejor ratio riesgo/beneficio posible. Las empresas tienen que tomar decisiones de inversión sobre el ciclo macroeconómico: cuando y cuanto invertir. Las agencias de calificación tienen que adscribir cada activo de renta fija a un segmento con riesgo de impago homogéneo.
Las escuelas no cuantitativas no admiten preguntas cuantitativas, y en general, aparte de culpar a sus sospechosos habituales de todos los males, no tienen más que ofrecer. Un economista austriaco nos puede decir que nuestra prosperidad es un espejismo resultado del intervencionismo monetario, pero cuanto durará el espejismo, si estamos ya en el punto en que no merece la pena meterse en negocios, o si estamos o no en un sector expuesto a las turbulencias macroeconómicas son cuestiones que su propia teoría considera esencialmente no abordables. Por tanto, para que te digan que no saben, ya te compras el libro y lo lees tú mismo.
No hace mucho se acusó a las agencias de rating de ignorar la teoría austríaca. Pero si la hubiesen conocido, en todo caso, ¿Cómo aplicarla a decidir si una emisión concreta es AAA o AA? Para hacerlo hubiesen necesitado traducir la teoría austríaca del ciclo a un modelo numérico, y el austriaco que hubiese hecho el apaño hubiese sido inmediatamente excomulgado. Si no hay austriacos en los mercados es por definición: nada más entrar en los mercados dejarían de ser austríacos.
El mercado rechaza las escuelas no-cuantitativas de economía porque no responden a lo que el mercado pregunta.