Educación (II): identidad y regulación
Mi segunda consideración sobre educación esta directamente relacionada con la cita de David de Ugarte que comentamos en el primer post anterior:
“un estado que quisiera reforzar las redes sociales y distribuir más poder entre sus ciudadanos, nunca aprobaría una Patriot Act como hizo EEUU, pero convertiría la educación básica y secundaria en un monopolio público universal, expulsando del "mercado educativo" que es lo mismo que decir de la posibilidad de generar identidades exclusivas a iglesias, credos y grupos particulares, negándose en cualquier caso a darles el más mínimo espacio dentro de los procesos educativos.”
Bien, aunque ya expresé mis dudas sobre la producción pública de educación, si que soy partidario de la financiación pública del sistema educativo. Existen dos motivos convencionalmente económicos para apoyar esta postura: en primer lugar es una política indispensable de igualdad de oportunidades. Si el sistema educativo no es capaz de crear valor añadido (en términos de productividad) en los jovenes, y de señalizarselo al mercado en forma de calificaciones (diferentes para los diferentes), no hay más criterio de jerarquia social que el privilegio hereditario o corporativo.
Y además, por las asimetrías informacionales y por el hecho de que la época óptima para educarse es la juventud, resulta imposible para el educando endeudarse eficientemente para estudiar. No hay, ni puede haber mercados financieros completos para el capital humano. La selección adversa es una barrera insuperable.
Por lo demás nunca se hará suficiente hincapié sobre las enormes externalidades que la educación produce. En el campo económico, en forma de efectos red, en el campo político, como limitación de la demagogia y barrera contra la barbarie tribal y religiosa. (Os recuerdo mi post sobre liberales ignorando externalidades políticas).
Una vez estamos de acuerdo en que la factura educativa se tiene que pasar al gobierno, no cabe una opción libertaria. Si el Estado debe pagar por la educación, no le queda otro remedio que definir que es educación. El “cheque escolar” puro sería un subsidio de suma fija por el número de hijos: algo que no tiene los efectos políticos y económicos que buscamos.
Mi modelo favorito de acción pública, quizá por deformación de economista financiero es el de la banca regulada. El Estado no hace las tareas de intermediación financiera, pero vigila la solvencia del sistema y crea el dinero.
De la misma forma, mi propuesta es que el Gobierno escoja un temario educativo, que deje las clases en manos de la iniciativa privada y la evaluación se haga en forma de un programa estatal y universal de revalidas. Es decir, los colegios privados educan, el gobierno pone las notas a través de exámenes (muy frecuentes: una tanda de exámenes cada tres meses más o menos), y con esas notas se permite o no el paso a los siguientes niveles de educación. En lugar de muchos miles de funcionarios educativos, solo tendríamos unos pocos, dedicados a organizar y vigilar los exámenes de revalida (con un sistema de alta seguridad para evitar el fraude), mientras que los educadores trabajarían en escuelas privadas, que recibirían bonuses contingentes en la actuación académica de los alumnos, y que tendrían pleno derecho a rechazar o aceptar a cualquier alumno.
En particular este sistema dejaría plena libertad ideológica: supongamos que el imán de Fuengirola decide organizar una madrasa: ok, si consigue que sus alumnos aprendan Física, Matemáticas, Filosofía e Historia, a mi me parece bien. Si su escuela no es un éxito académico se cierra. O vamos a otro ejemplo: si un grupo creacionista establece un colegio, nada que objetar, pero en la prueba de revalida, habrá las correspondientes preguntas sobre evolución. Así aunque los creacionistas “laven el cerebro” de sus alumnos con anti-darwinismo, no les quedara otro remedio que enseñar, lo mejor que puedan, también la teoría evolutiva.
A los teóricos de la “creación de identidades” les recuerdo que el éxito académico es, en media, una proxy del nivel de identificación con el racionalismo humanista. Por muy sectarios que quieran ser los profesores, obligados a enseñar racionalismo por imperativo económico, introducirán un caballo de Troya memético en las mentes de sus alumnos. Es verdad que se puede ser culto y un fanático religioso, pero a largo plazo, no se puede servir a dos amos. En mi opinión la dicotomía fe-razón es insuperable, y al aumentar, vía incentivos, la calidad educativa, minaremos las bases, por ejemplo, del islamo-fascismo, u otros aledaños ideológicos.
Pero en todo caso, si la dicotomía fe-razón no fuese insuperable, entonces nada habría que objetar a la fe, o a cualquier otra estructura identitaria. Si una “identidad” es compatible con racionalismo humanista, bienvenida sea.
Desde luego habréis notado que he dejado mucho a medias en este análisis: no digo como estructurar los incentivos económicos a las escuelas con éxito (lo que es una tarea nada trivial), ni propongo un borrador de programa educativo. Esto exige un análisis más en detalle. Lo esencial sin embargo es esto: un modelo mixto de producción privada y validación y financiación pública de la educación.