Anatomía del Antisemitismo
A Paul Johnson, que lo ha contado como fue.
En los primeros meses de mi etapa en el extranjero, cuando tuve Internet en mi casa por primera vez, dedicaba bastante tiempo a leer novelas de ciencia ficción y a navegar por toda clase de páginas web extrañas; desde el primitivismo de Zerzan (que propone que la Humanidad se reintegre al reino animal mediante la renuncia al lenguaje y al pensamiento simbólico) hasta el Partido Tecnócrata Americano, que pretende sustituir el dinero por unidades de cuenta energéticas.
No obstante lo que más me interesó fue la lectura de una amplia variedad de textos nazis, cripto-nazis y antisemitas; desde páginas web nazis chilenas, hasta clásicos como “La cuestión judía” de Marx y “Los Protocolos de los Sabios de Sión”.
Lo que hacía fascinante la literatura antisemita, era su enorme parecido a mis propias ideas sobre el papel histórico de los judíos. El autor de "los Protocolos" y yo estábamos de acuerdo en lo fundamental: los judíos han sido un agente privilegiado en el desarrollo de la modernidad. La única diferencia, claro, era nuestra distinta valoración de la propia modernidad.
En efecto, a la conjura judía descrita en "los Protocolos" se le atribuye la decadencia de la aristocracia europea, los arreglos diplomáticos pacifistas, el liberalismo, el secularismo, la democracia representativa, las revoluciones burguesas, la educación pública universal y sobre todo, el sistema bancario. Evidentemente, todos estos acontecimientos e instituciones, que han contribuido decisivamente a mejorar la vida de las masas, se atribuyen a una conspiracion dedicada a pauperizar (¡!) y destruir a los pueblos cristianos.
Aparte del judío, el autor de "los Protocolos" dedica sus dardos a los economistas (lo que es más notable aún, si pensamos que el libro es del s.XIX), los masones y los liberales (a quienes convierte así, en judíos honorarios). Los judíos, según "los Protocolos", pretenden establecer una sociedad dominada por el dinero y el mérito personal. Es evidente que lo contrario de una sociedad regida por la riqueza y el mérito, es otra regida por la violencia y el privilegio. El autor de los Protocolos es un entusiasta de esta clase de sociedad; al contrario que otros antisemitas, él lo es por las razones correctas.
Porque el antisemitismo ha estado y sigue estando asociado a las ideologías del privilegio y la superstición; por eso, mientras la izquierda era progresista y defendía a las amplias clases medias, también era filo-judía. Ahora que defiende los intereses feudales y tribales, se ha aliado, como es natural, con los enemigos de la modernidad, que lo son también de Israel.
La peripecia histórica de Israel va asociada al concepto de progreso casi desde su nacimiento. Mientras el resto de los pueblos creían en un tiempo cíclico y esencialmente natural, los judíos con sus ideas de Creación, Caída y Redención, generaron por primera vez un tiempo humano. Un tiempo regido por una idea de sentido. El tiempo de la Redención, al contrario que el tiempo natural, es teleonómico. En él hay valor, y por tanto es posible hablar de progreso.
Durante toda su peripecia en la Antigüedad, los judíos se ven una y otra vez desafiados por una horrible serie de desgracias, desde la destrucción del Primer Templo y el Exilio hasta las ocupaciones de Grecia y Roma. En toda esta evolución, sin embargo, no dejan de ir tomando los elementos espirituales de los pueblos con los que interaccionan, manteniéndose fieles no solo a la Ley, sino sobre todo a un sentido de su misión histórica. Desde luego, sufren algunos fracasos culturales: en el periodo que precede a las guerras Macabeas se ven expuestos a la filosofía helenística, pero por primera vez en su historia, no son capaces de asimilar una nueva cultura: el fracaso a la hora de integrarse y transformar la coiné griega y romana, les acaba conduciendo al gran desastre de la destrucción del Segundo Templo.
Pero a partir de entonces, y hasta el s.XIV o XV, los judíos vuelven a jugar de nuevo un papel inmensamente progresivo: se convierten en profesionales, financieros y comerciantes; sus operaciones de arbitraje, tanto en Europa como en el mundo musulmán, son esenciales para transmutar el orden feudal. Las finanzas y la compraventa van erosionando el valor patrimonial en el que se basa el feudalismo y lo transforman en valor de intercambio: las deudas y el crédito ponen poco a poco las rentas feudales al arbitrio del mercado. Su papel como prestamistas de la monarquía es esencial a la hora de fortalecer el poder del Rey y de establecer el Estado moderno. Las operaciones de compra-venta entre ciudades van erosionando el poder monopolista de los gremios. De forma sutil y descentralizada, este grupo, que no tiene un lugar en el orden feudal, va sustituyendo las relaciones de jerarquía y privilegio por relaciones contractuales. El dinero y la propiedad se vuelven cada vez mas intercambiables: letras de cambio, contratos a plazo, depósitos dinerarios, van desmaterializando el valor y separando los activos subyacentes de los títulos de propiedad. La posesión se hace abstracta y dinámica. Los intereses creados se desvanecen, sustituidos por el imperio de los consumidores. En este gran proceso de creación de liquidez, está involucrada toda Europa, desde los dominios de la Hansa, hasta España, pasando por Lombardía y Venecia. Pero los judíos son un elemento catalizador indispensable.
En el campo cultural, el Talmud y la filosofia hebrea hacen una labor de crítica radical del orden medieval. Maimonides da un sentido político y progresivo al proceso redentor. La Era Mesiánica se convierte en utopía política y espiritual. La Cábala, por su parte, recupera para Europa el tesoro del Gnosticismo y del Neo-Platonismo. En su cúspide intelectual, el racionalismo judío da a luz la obra de Spinoza, cuyo programa liberal y sincrético pretende da una respuesta pacífica al problema de la libertad de conciencia en medio de la gran catástrofe de la Guerra los Treinta Años. No es dificil encontrar muchas de las ideas del Filósofo en la Paz de Westfalia.
Después el silencio, hasta mediados del siglo XVIII. Las comunidades judías se repliegan sobre si mismas, mientras el mundo cristiano sigue avanzando por los carriles, firmemente trazados, del capitalismo y la razón.
A partir de 1789, los judíos vuelven a la escena europea, con más fuerza que nunca. La Haskalá, la Ilustración judía se une al resto de los procesos racionalistas que recorren el continente. A partir de su emancipación legal tras la Revolución Francesa, el fantasma del progresismo judío recorre Europa. Altamente educados, llegan antes que nadie a las nuevas profesiones de alta cualificación que demanda la Europa del s.XIX. Médicos, ingenieros, contables, la antigua pasión hebrea por el conocimiento deja de ser una seña de identidad para ser una actividad provechosa. Conforme la revolución industrial aumenta la tasa de rendimiento del capital humano, los judíos se benefician de una enorme prosperidad. Y de esa clase media profesional acaba naciendo una aristocracia económica e intelectual: de entre los contables surgen banqueros, y de los ingenieros, empresarios. El judío, un forajido en la Europa feudal, se convierte en un ciudadano de éxito en un mundo regido por la libertad y el mérito.
Con su éxito surge un vendaval de resentimiento: todos los pequeños parásitos, todos los aristócratas arruinados, los sectores más reaccionarios de la Iglesia, en definitiva, el lumpen-proletariado de hidalguillos y holgazanes, se lanzan contra los usurpadores de sus antiguos privilegios. A ellos se les unen los nuevos poderes reaccionarios de Europa, que ven el dinamismo e internacionalismo judíos un peligro para sus proyectos de guerra y nacionalismo.
La izquierda, sin embargo, en esta fase toma partido por los hebreos, al menos en la medida en que los judios acepten la asimilación. Es cierto que Marx y muchos otros socialistas les odian, y les identifican con la clase empresarial, pero al menos, este odio de clase excluye un odio racial.
Despues del Holocausto, la izquierda apoya la creación del Estado de Israel, y se vuelve fieramente sionista. Pero la propia izquierda sufre desde finales de los sesenta su propio proceso de degradación: el multiculturalismo y el relativismo sustituyen al racionalismo y la igualdad; los grupos de presión y el culto a las minorías sustituyen al programa clásico de la Clase Media Universal.
La degradación de la izquierda se convierte en odio hacia las clases medias que antes pretendía representar, y en racismo anti-blanco. El anti-imperialismo se convierte en una obsesión, y privada de todo sentido moral e histórico, la izquierda rechaza la noción de progreso y la sustituye por la vacuidad del relativismo.
El círculo se ha vuelto a cerrar: el nihilismo post-moderno y la barbarie pre-ilustrada se unen en una alianza que aspira al genocidio: Israel y América son su objetivo.