Destructividad Marginal
No hace mucho escribía acerca de la diferencia entre interacciones marginales e interacciones estratégicas. Es quizá el momento de dar una mirada a las consecuencias de ambas, en un ámbito sencillo y relativamente bien estudiado: las consecuencias del sindicalismo, el gremialismo y la colusión empresarial.
En una sociedad las relaciones entre los agentes son de dos clases: relaciones colectivas y estratégicas o relaciones individualistas y marginales. El sistema de libre empresa, donde los empresarios pujan individualmente por los servicios de los trabajadores es individualista y marginalista: todos los agentes se relacionan atomísticamente y el salario de un agente es su aportación marginal para aumentar el producto: es decir, su productividad marginal. Si el empresario intenta rebajar el salario por debajo de la productividad del trabajador, otro empresario pujará por dicho trabajador, con beneficio para él mismo y para el trabajador. Por otro lado, ningún empresario contratará a un trabajador que aporte menos de lo que cobra. En conjunto las rentas salariales en una economía de mercado están rígidamente restringidas por la productividad marginal y la ley del precio único.
Una de las consecuencias de un sistema salarial basado en la libre empresa es que dos trabajadores que desempeñan trabajos semejantes deben recibir salarios similares. Por ejemplo, un conductor de autocar privado y un maquinista del Metro tienen trabajos semejantes, y deberían recibir sueldos parecidos. En Madrid probablemente el maquinista recibe un salario un 50% superior al del conductor. ¿Por qué? El lector sospecha (fundadamente) que no porque se lo merezcan.
El sistema de determinación salarial en las grandes empresas no está basado en el individualismo contractualista, sino en los arreglos colectivos entre empresarios y trabajadores. El salario en estas condiciones no es un precio, sino el resultado de un pulso negociador entre sindicatos y empresa. Desde luego, el mercado interviene en ese pulso, ya que si la empresa cede demasiado, sus beneficios y su solvencia se ven afectadas. Pero existe un espacio para la negociación y el regateo, que dependen no de la capacidad de cada trabajador para aportar a la producción, sino de la capacidad de los sindicatos para dañar a la empresa o para generar problemas políticos que obliguen a la Administración a arbitrar en las disputas laborales.
¿Como funciona una sociedad altamente sindicalizada? El nivel salarial de los trabajadores no depende, como ya hemos sugerido, de su productividad marginal, sino muy al contrario, de la destructividad marginal del grupo gremial al que pertenecen. El trabajador ve depender sus ingresos de la capacidad que tiene para provocar fuertes disrupciones en el proceso productivo, tanto de su propia empresa como del conjunto de la sociedad.
Para fijar ideas, volvamos al conductor de autocares y comparémoslo con el maquinista: el conductor trabaja con un capital igual al valor del autocar (alrededor de 500.000 euros), mientras que el otro pilota un convoy que vale varios millones, por una infraestructura que vale miles de millones. Uno de ellos es capaz de llevar a unos 80 viajeros en cada momento, mientras que el otro lleva casi mil. Ambos aportan un trabajo similar, de similar cualificación, pero debido a que el trabajador del Metro usa mucho mas capital, con la misma aportación laboral, el trabajador del Metro tiene mucha más capacidad para provocar una disrupción del servicio. En un mundo con interacciones individualistas la ley del precio único haría que ambos ganasen lo mismo, ya que aportan lo mismo (su diferente capacidad de producción es un resultado de las diferentes cantidades de capital per capita que manejan). En un mundo altamente sindicalizado, el trabajador del Metro puede secuestrar mucho más capital, y tiene más poder de negociación. Secuestrar capital, no es más que secuestrar el trabajo de aquellos que construyeron la vía y el convoy: en realidad de los ahorradores que poseen la vía y el convoy y pagaron a otros trabajadores por ellos.
En términos estilizados, el sindicalismo permite que los trabajadores de industrias altamente capitalizadas expropien unas rentas de privilegio, a costa de los consumidores y de los ahorradores. Es decir, los trabajadores de industrias altamente capitalizadas ganan y los trabajadores de empresas de baja capitalización pagan el pato como consumidores. Desde luego, el sindicalismo y los movimientos de izquierdas han contribuido a lograr algunos derechos universales, cuyas consecuencias, a veces buenas y otras malas, no voy a analizar ahora. Pero cada vez que el trabajador de la empresa de al lado consigue una subida de sueldo o un día extra de vacaciones en su convenio colectivo, piensa que va a salir del bolsillo de los consumidores y los ahorradores: tú mismo, por ejemplo.
El sindicalismo es un cartel laboral, y debería ser visto con el mismo desprecio que merecen los cárteles empresariales. Sus consecuencias son equivalentes, y además ambas clases de cárteles coluden entre si, en eso que llamamos “negociación colectiva”, es decir, un pacto entre empresarios y sindicatos para fijar precios laborales a costa del resto de la sociedad: parados, consumidores y trabajadores de sectores menos capitalizados.
En conjunto, el auge del sindicalismo estuvo vinculado al sistema de producción taylorista y con altas economías de escala, donde las rentas de oligopolio resultaban relativamente inevitables (especialmente con la contribución del Estado) y los sindicatos pretendían participar en ese pastel. Nuestra sociedad con una economía de servicios, industria ligera y mercados liberalizados en casi todos los sectores no tiene márgenes para el sindicalismo, salvo en algunos sectores industriales, como el transporte, donde los abusos sindicales continúan dañando a la sociedad.
En un sistema capitalista la cuestión esencial es “¿qué limita los beneficios?”. El sindicalismo pretende que sea la presión de los trabajadores, mientras que el economista afirma que debe ser la competencia de otros empresarios.