La poesia épica de Karl Marx
Debo reconocer que mis gustos estéticos son omnívoros y frecuentemente amorales. No quiero afirmar que las patologías ideológicas o las perversiones éticas no erosionen el valor de la obra literaria o artística. Es difícil que el arte sobreviva a la persistencia en el error o la glorificación del mal. Pero aunque lo moral suele afectar a lo estético, esta relación no es automática.
Y al contrario que los talibanes, que destruyeron las estatuas de Buda, yo creo que no hay deidad suficientemente pagana como para que la belleza no pueda redimirla. Por eso, me inclino ante el verdadero arte, aun cuando su objetivo manifiesto sea la infamia.
La obra de Kart Marx es amplia, y contiene algunos textos abstrusos y pretenciosamente filosóficos, de los que la posteridad prescindirá sin remordimientos. Entre ellos está “El Capital”, un libro en el que la pesadez formal esconde la confusión intelectual. Otros son simpáticos libelos salpicados de frases brillantes, como las “Tesis contra Feuerbach”, la undécima de las cuales describe con precisión definitiva, e ingenuidad adolescente la falacia central del activismo político: “Los filósofos han intentado comprender el mundo. Ahora se trata de cambiarlo”
Pero Karl Marx es también el autor del más maravilloso poema épico del s.XIX, “El Manifiesto Comunista”. Cuando busco en mi mente una obra similar, solo me vienen a la cabeza Homero y la Biblia. La voz de Marx es profética y parece abarcar el mundo entero. En menos de 200 páginas, Marx nos describe el enfrentamiento telúrico entre dos colectivos irreductibles y antagónicos: la burguesía y el proletariado. Al igual que en el Diablo en el “Paraíso perdido” de Milton (que se come la escena, a pesar de las intenciones piadosas del autor), la burguesía es la protagonista involuntaria del Manifiesto. Es pintada con los colores mas crueles, pero también es un ser fascinante, cuya voracidad suicida tiene un halo de romanticismo siniestro.
“La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.
La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente. La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. (…)
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.(…)
La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero”
La descripción del proletariado, donde era tan fácil caer en la conmiseración y la sensibleria, revela la firmeza narrativa de Marx: su obra no trata sobre las personas, y la compasión sería obscena:
“Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía. (…)
Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios”
Pero para escribir un poema épico eficaz (y el Manifiesto es el texto mas eficaz de la modernidad) es necesario un elemento humano, un matiz que implique al lector. La casta escogida, “los comunistas”, la vanguardia militante, pone cara a ese proletariado amorfo, y hace de voz solista para el coro de los trabajadores:
“Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado por su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario”
A la solemnidad profética, Marx le añade un factor sutil y nunca suficientemente explotado hasta entonces en el género épico: la ironía. Pero no es un humor divertido, que rompería la tensión del texto, ni tampoco un sarcasmo aristocrático, capaz de provocar el rechazo del público. Es una ironía sutil y ácida, llena de desprecio casi inconsciente, y eliminada del ojo del espectador antes de ser percibida.
“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.(…)
Es natural que la burguesía se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burgués eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva Jerusalén, lo que en realidad exige de él es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de él se forma.(…)
Todo el socialismo de la burguesía se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir siéndolo... en interés de la clase trabajadora”
Alguien podría afirmar que el Manifiesto contiene argumentos tramposos. Yo diría que apenas contiene argumentos. Contiene imágenes mentales, vastas descripciones y algunos hechos empíricos escogidos con cuidadosa parcialidad.
El conjunto resulta literariamente formidable, y lo es más si tenemos en cuenta que es superficialmente una obra no literaria, y que cultiva un género tan esquemático como la alegoría, en desuso desde la Edad Media, y que Marx elevó a su máxima expresión.