La II Guerra Fría: Fases Resolutivas
Un conflicto ideológico tiene siempre un final ideológico: la derrota del comunismo en la I Guerra Fría no solo fue un resultado geoestratégico, sino que representó el final de una cosmovisión y de una forma de ver la economía. La II Guerra Fria, por su parte, se dirige también a una fase resolutiva: la victoria de nuestro bando implicaría la desaparición del Islam político y la reforma o desaparición del Islam religioso. El enemigo, por su parte no esta en condiciones de lograr el califato universal, pero sus dos objetivos intermedios de genocidio anti-judio y conquista de Europa son difíciles, pero factibles. Por supuesto, la guerra nuclear es otra posible fase resolutiva, pero ya la hemos considerado [I y II]
La resolución del conflicto esta todavía lejana, pero como la táctica debe servir siempre a la estrategia, es esencial antes de entrar en las diversas cuestiones militares que rodean a la II Guerra Fría, plantearnos como puede acabar el conflicto. En ese sentido he considerado tres escenarios de resolución: secularización, reforma y guerra civil europea.
1.- Secularización
A pesar de su aparente robustez, el Islam es una religión tan carcomida por el choque con la modernidad como cualquier otra. En muchos sentidos más que ninguna, dado que comenzó siendo una formidable historia de éxito y conquista, mientras que los países musulmanes modernos son universalmente considerados sociedades violentas, ferozmente misóginas y sobre todo, económicamente irrelevantes. Desde luego, el fascismo islámico ha conseguido lo que cualquier adolescente malcriado: atraer la atención del mundo; pero también su desprecio.
Los años posteriores a la descolonización se produjeron dos fenómenos: una explosión demográfica y el comienzo de una importante acumulación de capital humano. En parte, del mismo modo que en el mundo occidental, las élites educadas han tendido a apoyar el fascismo, pero a la vez, al destruir las bases tradicionales de la sociedad, han creado las condiciones sociales e ideológicas de la secularización. Los mismos islamistas extremos que glorifican la jihad y el martirio, presentan mujeres en las listas de sus partidos políticos y tienen una actitud de rendida fascinación ante una cultura técnica que conduce inevitablemente al escepticismo.
La típica mujer de clase media-alta musulmana vocifera su apoyo a la Sharia y su odio a América, mientras trabaja en una filial de Citigroup, para ganarse la vida tras su segundo divorcio. En Iran, la mitad de los estudiantes universitarios son mujeres, y la tasa de fertilidad esta en dos décimas por debajo del reemplazamiento. En Argelia, la población tardó menos de cuatro años en volverse contra los islamistas, y en Afganistán una abrumadora mayoría del país recibió a las tropas norteamericanas con una mezcla de alivio y odio xenófobo. En general, las tasas de natalidad de los paises musulmanes están en caida libre.
Desde luego, la secularización en las sociedades musulmanas cuenta con poderosos enemigos: todas las habituales variedades de parásitos feudales, resentidos y racistas; también algunos fanáticos religiosos y los gobiernos nacionalistas y cleptócratas. El temor al feminismo occidental y las ideologías (presuntamente) anti-imperialistas juegan un papel muy central en el imaginario árabe.
Además no se debe olvidar que los musulmanes secularizados no son en modo alguno menos socialmente conflictivos que los creyentes: en los barrios de la periferia francesa, los jóvenes que se muestran indiferentes al Islam, siguen siendo tan supremacistas como el peor de los integristas, y se han convertido en un grupo antisocial y hostigador, mientras la República demuestra una inquietante impotencia.
No obstante, por catastrófica que sea la secularización en algunos grupos de renta baja, el islamismo es mucho peor, ya que tiene las mismas externalidades racistas y además un proyecto de imperialismo y genocidio.
2.-Reforma
Sin embargo la civilización árabe-musulmana, a pesar de su declive moral y político, esta recorrida de movimientos modernizadores, y a pesar de un sistema de leyes y costumbres digno de los tártaros y los mongoles, el Islam es una religión de monoteísmo perfecto, universalista, sensual y atraída por la racionalidad. Y las sociedades musulmanas tienen tanto el ejemplo infame de Ibn Tamiya como la gloria inmortal de Omar Khayyam.
En los últimos siglos, los intentos de reforma religiosa han sido infructuosos, precisamente porque la reforma de una religión solo es posible cuando no se busca conscientemente. El clérigo musulmán que pretende con las herramientas del salafismo buscar acomodo a las necesidades de una época individualista, feminista y tecnófila se encuentra con dificultades insuperables, y acaba abandonando el individualismo o abandonando el Islam.
Antes de plantearse la fusión entre Islam y modernidad, es esencial empezar por fusionar Islam y razón; lo contrario es como pretender hacer el Concilio Vaticano II sin haber pasado por Santo Tomás de Aquino.
Quizá un primer paso en esa dirección es distinguir entre el Corán como palabra eterna e increada, y la Sunna (tradición oral) como cuerpo de sentencias dependientes del contexto histórico, y por tanto permeables a una reinterpretación social y filológica. La abrumadora mayoría de los elementos bárbaros que encontramos en la Sharia vienen de una interpretación literalista de la Sunna, ya que el Corán, a pesar de ser supremacista y obsesivo, es un texto más bien espiritual y poco centrado en cuestiones morales. Daniel Brown (“A New Introduction to Islam”) afirma que solo unas ochenta suras del Coran son jurídicamente relevantes, y que por tanto la mayor parte de la jurisprudencia musulmana correponde a los hadithes, de origen dudoso y doctrina infame, o al menos tan infame como los tiempos en que se compilaron.
En segundo lugar, es esencial que el espíritu de curiosidad intelectual universal de Maimonides se traslade al intelectual musulman, que tiene decenas de llamamientos al conocimiento de la naturaleza en el Coran, pero que sigue anclado en un literalismo anti-científico: muchos de aquellos que se burlan del anti-darwinismo de Missouri, parecen dispuestos a aceptarlo en El Cairo. Shame on them!
De momento los esfuerzos de reforma religiosa me parecen meritorios pero poco eficaces: Stephen Suleyman, mi musulmán (converso) favorito y uno de los necons más brillantes, desde los Estados Unidos tiene la pretensión de salvar la Civilización Occidental a través de una islamización incruenta y compatible con el individualismo y la democracia. El programa es fascinante, pero me temo que Suleyman es dolorosamente consciente de que antes de salvar a otros, el Islam debe salvarse a si mismo…
Irshad Manji, nuestra querida “Muslim Refusenick” tiene todo el encanto postmoderno imaginable, y además la chica es lesbiana y obviamente brillante. A nosotros nos encanta, pero a ellos quizá no tanto. En términos intelectuales, ha centrado todo su análisis es dos hechos bien conocidos: la Sura 2-256 (“No cabe coacción en religión”) y el concepto de Ijtihad (libre interpretación del Corán). El intento es bueno, pero su orientación sexual y el hecho de que la tolerancia de Mahoma era inversamente proporcional a su poder dan fuertes argumentos a sus opositores.
Pero hasta el momento el mejor intento se lo debemos al intelectual argelino Malek Chebel, cuyas 27 proposiciones representan un punto de partida para lo que en mi opinión sería volver al origen progresista del Islam.
No obstante todos estos intentos adolecen de una cierta falta de base filosófica, sin la cual los literalistas siempre tendrán ventaja. El aspirante a reformador musulman no debería empezar por considerar el velo, el feminismo o la Jihad: debería empezar por considerar la problemática de la moralidad en un universo sin libre albedrío, la relación entre la razón humana y la revelación, y la razón del mal en un universo regido por un ser todopoderoso.
Debe ser un erudito en Wittgentein, Spinoza, Von Mises y Samuelson; también un lector de Omar Khayyan y Margerite Yourcenar. Un experto en cábala y en sufismo. Pero sobre todo, debería tener una vasta educación científica, porque la música de la Creación es el primer paso hacia el monoteísmo ético. En definitiva, reformar el Islam exige una personalidad del calibre de Maimónides, y eso no ocurre cada siglo; además Maimonides contaba con unas bases sólidas en el Talmud, mientras que un reformador musulmán tendría que enfrentarse a varios siglos de exégesis literalistas.
En todo caso, la reforma religiosa, aunque deseable, puede acabar por tener consecuencias muy violentas. Francamente, preferiría que esta generación no tuviese que pasar por una Guerra de los Treinta Años.
3.-Guerra Civil Europea
Pero aunque el Islam está herido, no tiene sentido dar el conflicto por ganado: de momento el movimiento islamista cuenta con unos innegables activos estratégicos. En primer lugar un fuerte momento demográfico, que garantiza unas generaciones jóvenes de gran volumen y que se produce en un momento en que Europa sufre en el campo demográfico una crisis sin precedentes. En segundo lugar, la ideología islamista es muy poderosa, y mientras las poblaciones occidentales muestran un pacifismo inmaduro, en el mundo musulmán encontramos un palpable entusiasmo por la guerra (y por el genocidio). Esta ideología del odio esta puntualmente apoyada por las exportaciones occidentales de anti-imperialismo y victimismo post-colonial (una ideología que parece ignorar el brutal imperialismo y esclavismo islámico). En definitiva, el sadismo de buena parte de la población musulmana tiene la complicidad del masoquismo de las élites occidentales y la estúpida indiferencia del resto.
Si el equilibrio demográfico en Europa se sigue alterando, y las elites islamo-nazis consiguen mantener el régimen disciplinario musulman, en las próximas décadas podemos dirigirnos a una kosovizacion general del continente. Los procesos de degradación urbana en muchas zonas de Europa apuntan en esa dirección: las tendencias endógamas de las sociedades musulmanas, mezcladas con su característica arrogancia religiosa son un coctel que conduce al conflicto.
A este proceso interior se puede unir una o varias catástrofes políticas en Oriente Medio (ya sea la hegemonía chiita en la región o la caída de Arabia Saudi o Egipto en manos de un régimen islamo-nazi) y la consiguiente mezcla de chantajes energéticos y agresiones terroristas y militares.
La caída total o la partición de Europa en un campo islámico y otro occidental son objetivos difíciles, pero alcanzables para los islamo-nazis. Más probable aún es una incomoda convivencia a la libanesa con recurrentes episodios de Guerra Civil. La complacencia de las clases medias occidentales y la traición de las élites políticas son bazas nada despreciables para el enemigo.
Obviamente, la Civilización Occidental no va a desaparecer: por el contrario durante el próximo siglo en América y el Eje Asiático de Prosperidad, cabe esperar un enorme aumento del tamaño de Occidente: pero la caída o al menos la desestabilización de Europa son posibilidades reales, que un liderazgo y una opinión pública responsables considerarían nuestra primera amenaza estratégica.
PD.- Y con esto, inauguro mis vacaciones blogeras, salvo que la actualidad me saque de mi paper y me devuelva al blog. El curso que viene, desde mediados de Septiembre, más y mejor.