Capitalismo financiero (I)
No me considero nacionalista: no entiendo que la proximidad territorial deba definir un vínculo de solidaridad, y tiendo a pensar que por encima de las razas, el género y los idiomas, todos los que comparten mi apetito por el placer y la razón son en última instancia mis compatriotas.
Sin embargo reconozco una cierta lealtad tribal hacia dos grupos humanos: la comunidad científica y el sistema financiero. Ambos son estructuras descentralizadas e internacionalistas, y ambas han contribuido más que nadie a nuestra prosperidad y nuestra libertad.
Así que, por enésima, vez mi (precaria) paciencia ha vuelto a sufrir la prueba de soportar (ecuánimemente) un acto social donde alguien ha repetido la habitual serie de cansinos argumentos conspirativo-izquierdistas (probablemente también antisemitas) acerca del “capitalismo especulativo” como fuente inestabilidad económica y de la banca como un sector parásito dedicado a una misteriosa expropiación del dinero.
Por eso voy a dedicar estas líneas a explicar la aparente contradicción de que el sector más rentable de la economía parezca “no hacer nada”.
En primer lugar quiero volver sobre la clásica observación, ingenuamente liberal, del “orden espontáneo”: en nuestra sociedad muchas cosas parecen funcionar sin que nadie las planee: los bienes y servicios llegan a los consumidores sin un control central que los produzca o distribuya.
Muchos economistas afirman que la eficacia de nuestro sistema de producción se debe a la “mano invisible del mercado”: yo os digo que la famosa mano se ve perfectamente: muchas personas se levantan a las 7.00 cada día para que las ruedas del mundo giren.
La planificación, en particular, es una actividad más, como fabricar zapatos o plantar lechugas, y en esta sociedad, la más compleja de la Historia , tiene una enorme demanda.
Además, las labores de gestión a alto nivel son las de máximo valor añadido, pues los errores y los aciertos de los planificadores se multiplican por el volumen de los recursos a administrar (y por eso es marginalmente eficiente dedicar también amplios recursos a la propia administración).
La economía puede ser centralizada o no. Vamos a empezar imaginando un mundo comunista donde solo hay dos proyectos industriales: centralitas telefónicas y generadores eléctricos. ¿Como se decide cuantas centralitas y generadores se producen? En un sistema centralizado (no os llaméis a engaño) se decide a través de un pulso político entre las dos empresas para atraer los recursos del Ministerio de Planificación: un proceso impredecible que depende de influencias burocráticas y delirios ególatras. Finalmente el número de generadores y centralitas es aleatorio y resulta que puede ocurrir que haya muchos teléfonos pero no electricidad para usarlos. Hayek nos advirtió de que el comunismo conducía a la dictadura. Más bien conduce a un caos disfrazado de dictadura.
La misma decisión (centralitas o generadores) en una sociedad capitalista se toma así: los recursos que se invierten vienen del ahorro de la gente. La gestión directa del ahorro es costosa para el individuo: se trata de una actividad intensiva en la utilización de información y además al sindicar el ahorro se aprovechan las ganancias de la diversificación del riesgo.
Por eso los individuos dejan sus ahorros en manos de intermediarios financieros, que son los responsables de prestárselo a las empresas (ya a las telefónicas o a las eléctricas en nuestro ejemplo) . Esos intermediarios (bancos o fondos de inversión en general) tratan de extraer el máximo beneficio, y por tanto prestan el dinero o invierten en las acciones de la empresa más rentable. Es decir de aquella empresa que es capaz de extraer el máximo rendimiento a una unidad adicional de capital.
Al conducir los fondos hacia las empresas y sectores con más ganancias, los intermediarios financieros van haciendo crecer el producto generado por esos sectores: por ejemplo, si las telefónicas son más rentables que las eléctricas es porque los servicios telefónicos son relativamente más escasos que la electricidad. El banco al prestar a las empresas más rentables no solo maximiza las rentas de las ahorradores sino que a la vez abarata los productos más demandados (en este caso presta a la telefónica y eso aumenta el numero de centralitas y aumenta y abarata el tráfico telefónico) y así mejora el bienestar de los consumidores. (Y yo, que soy ahorrador y consumidor, estoy encantado).
El sistema financiero hace en nuestro sistema lo mismo que el Gosplan hacía en la economía soviética: planifica las industrias del futuro dirigiendo los recursos del presente. Pero lo hace suavemente, sin acumulaciones de poder y bajo el imperio de los consumidores y de los ahorradores
La tarea de elegir “la empresa más rentable” y ofrecer al ahorrador un flujo de rentas que sea el más adecuado a sus necesidades no es trivial ni automática: implica controlar estadística y económicamente los flujos de capital, crear contratos contingentes en las necesidades de los agentes, arbitrar y crear precios únicos para los riesgos subyacentes (primas de riesgo) y para el comercio inter-temporal (tipos de interés) aparte de valorar activos en diferentes unidades monetarias (es decir, crear “tipos de cambio”). Y con estos precios fundamentales como herramienta, el intermediario financiero construye y valora el producto más atractivo para su cliente, ya sea cubriéndole contra ciertos riesgos u ofreciéndole un flujo de rentas optimo para sus preferencias inter-temporales.
No espero un rendido agradecimiento a vuestro banquero o vuestro broker, pero como mínimo se merece el mismo aprecio que profesais a esos presuntos intelectuales a quienes subvencionais por producir una cultura que jamás compraríais y criticar las bases de este sistema que garantiza vuestro bienestar.