El Ciclo Imperial
“La conquista si no es universal, no ofrece una seguridad duradera, porque una mayor esfera de poder esta siempre rodeada de una mayor esfera de hostilidad”
Edward Gibbon, “Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano”
La lectura de “Decadencia y Caída del Imperio Romano”, aparte de un inmenso placer literario, del que ya os hablé aquí, es también un permanente motivo de reflexión. Aparte de caracteres humanos fascinantes y hechos históricos de proporciones épicas, “Decline & Fall” ofrece al lector una descripción de ciertos procesos históricos y de algunos hechos estilizados que merecen la atención de nuestro tiempo y de todos los tiempos.
Hoy, en particular, quiero centrarme en la formación y caída de las aristocracias militares, que aparece una y otra vez en el libro de Gibbon. La propia decadencia de los romanos, desde el Ejercito ciudadano de la Republica hasta el mercenariado extranjero del Bajo Imperio, pasando por las levas de provinciales y la desmilitarización de Italia, es el ejemplo más claro de una sociedad que renunció a la autodefensa y con ella, primero a su libertad política, y finalmente a su propia existencia como pueblo.
Pero el proceso de relajación de la disciplina militar es universal: Gibbon, después de los Romanos lo describe en los bizantinos, los árabes, los normandos, los mongoles y los turcos. Pueblos bárbaros, surgidos de la oscuridad más remota, que se convierten en formidables poderes militares y después caen en la indolencia y con ella en la destrucción. Republicas libres que forman enormes Estados y que renuncian primero a las armas y luego a las libertades.
¿Por qué este proceso de decadencia militar se verifica cíclicamente en todas las sociedades? Por ejemplo, el comercio y la economía se sostienen indefinidamente sin intervención alguna. El proceso de acumulación del conocimiento, salvo algunas catástrofes concretas, ocurre de forma continua, sin caídas recurrentes. Pero el ciclo de ascenso y caída de los Imperios es una constante universal, y la corte de los califas del s.VIII acabó pareciéndose casi miméticamente a la de los sultanes otomanos del s.XVII, rehenes unos y otros de ejércitos mercenarios que defendían a quienes eran demasiado ricos y demasiado blandos para tomar las armas por sus propias manos.
Bien, los asuntos militares son tan permeables al análisis marginalista como cualquier otra faceta del comportamiento humano racional. Basta entender las tecnologías de producción militar para hacer generalizaciones asombrosamente explicativas sobre muchas regularidades históricas.
Dos fuerzas opuestas, operando en horizontes temporales distintos dan lugar al Ciclo Imperial: las enormes economías de escala en el sector militar y la ausencia de incentivos marginales dentro de un ejército centralizado.
En el principio están los bárbaros, diseminados y sin cabeza militar. Cada tribu y cada hombre dentro de cada tribu, se defiende por si mismo. Hay conflictos locales, guerras entre clanes, alianzas temporales. Los individuos, al carecer de una estructura de Estado que imponga leyes, toman la defensa en sus propias manos: la vida les va en ello. En este estado, los incentivos marginales para la preparación militar son máximos. Las tribus bárbaras, ya sean mongoles, tártaros o árabes crean magníficos soldados, sin temor por su vida y con una letal eficacia. Así lo narran los escritores de todas las épocas.
La vida en el “estado de naturaleza” (que es no es el del hombre contra el hombre, sino el de la tribu contra la tribu) es, como dijo Hobbes “corta, breve y brutal”, pero cada persona o al menos cada tribu, sabe defenderse por si misma.
Entonces surge un “conquistador” que unifica a todas las tribus, a través de la espada y de las alianzas. Cuando el conquistador gobierna sobre un número suficiente de bárbaros, el proceso de la conquista se hace autocatalítico: ninguna tribu es suficientemente grande para resistirse, y todas buscan la alianza. Las economías de escala en el sector militar hacen que a partir de un cierto tamaño, los ejércitos se hagan invencibles. Al fin y al cabo, cada tribu por separado es impotente y ninguna quiere luchar. En el sector militar, el doble de tamaño es mucho más del doble de la fuerza.
Los romanos tenían una descripción para este hecho de la tecnología militar: “divide et impera”. Es mejor luchar dos veces contra medio ejército que una vez contra un ejército entero.
Las economías de escala militares, una vez superado el “proceso de unificación nacional” se manifiestan en la guerra contra otros países vecinos. El bárbaro se enfrenta con su pueblo unificado contra un vecino que antes era más poderoso, pero que después del proceso de unificación (otra vez las economías de escala militares) es mucho más débil. Su naturaleza auto-catalítica, hace que el proceso de unificación bárbara sea una sorpresa para los civilizados.
Entonces el conquistador se extiende como una mancha de aceite. Le ahorraré el lector las escenas de victoria, crueldad y salvajismo, porque le supongo dotado de su propia imaginación morbosa.
Una vez asentado, el bárbaro forma un Imperio o como diría Gibbon, una “monarquía”. Pero cuando el Imperio se forma, cuando el Ejercito y los tribunales aparecen, cuando en lugar de que la vida diaria se rija por la espada, lo hace por la ley, o por los privilegios de clase, los hombres olvidan la espada y dedican su tiempo a los tribunales o a la corte, o a la competencia por los privilegios. Los incentivos marginales a la defensa se diluyen en el cuerpo del Estado y los ambiciosos en vez de poner sus esperanzas en la gloria militar, las ponen en la intriga o la política.
La creación del cuerpo político diluye la violencia del “estado de naturaleza”. Durante un periodo más o menos largo, según las condiciones históricas, se da un lento proceso de degradación militar: los valientes se quejan amargamente de que la Corte esta en manos de "favoritos y eunucos". La soldadesca se da a la indolencia o al pillaje. En medio de la paz imperial, se desarrolla el comercio y los negocios y los hombres y las mujeres “usan y abusan de las ventajas de la riqueza y del lujo” (Gibbon, "D&F"). Los soldados son sustituidos por los nobles y los letrados. Donde ayer había conflictos tribales y costumbres bárbaras, ahora prevalece ese estado de libertad humana y bienestar que llamamos “decadencia”. Porque los pueblos no perecen por sus vicios, sino por sus virtudes.
Mientras tanto, más allá de las fronteras, otros bárbaros nacen y mueren, y luchan cada día por sus vidas. Esperando a un príncipe que les lleve a conquistar las luminosas ciudades que divisan a lo lejos.
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